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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Pronto desaparecieron las nieves; se oyó el canto de la alondra; calentó más el sol y vertió luz más clara; discurrió por el bosque que circundaba el castillo un aura vital y fecunda; se tapizó el suelo de nueva y menuda yerba, y en los sotos y umbrías de las hondonadas, en la margen de los arroyos, comenzaron a brotar florecillas tempranas, despuntando con timidez en los álamos, mimbrones y chopos, más resguardados de los vientos del Norte, las primeras tiernas hojas.
En las verdes y risueñas colinas cuyo pie bañan las aguas de un arroyo, en esos dulces y apacibles valles á que dan sombra esbeltos álamos y ligeros chopos, al pie de esas fuentes que murmuran bajo los caidos ramajes de los sauces, en medio de la pradera y la enramada late el corazon de amor, el pensamiento vuela hácia los seres mas queridos, suspiramos por tenerlos á nuestro lado y gozar con ellos de aquellos paisages deliciosos.
Aquí también las plantas desnudas, los álamos, los chopos, las acacias y otros mil árboles de sombra vuelven a vestirse de hojas verdes, y florecen el almendro y la higuera y los demás frutales, y nos dan el fruto con la poesía de la esperanza.
Cubríanse de hojas tiernas los esbeltos chopos que bordeaban el camino; en los huertos, los naranjos calentados por la nueva savia abrían sus brotes, preparándose a lanzar como una explosión de perfume la blanca flor del azahar; en los ribazos crecían entre enmarañadas cabelleras de hierba las primeras flores.
El tren corría a toda velocidad por el medio rompiendo con sus silbos estridentes, con el fragor de su marcha, el encanto de aquella claridad suave y tranquila. Los altos chopos parecían flotar sobre ella como fantasmas envueltos en el blanco cendal de la neblina. Los cristales del coche se empañaron al fin. Obdulia se apartó de su confesor y fue a arrebujarse en un rincón, tiritando de frío.
A cada paso corta la monotonía de las hileras de chopos y negrillos algún accidente pintoresco: ya un lavadero, ya una casita que remoja los pies en el río, ya una presa, ya un molino, ya una charca de patos. El molino, en particular, parecía dispuesto por un pintor efectista para algún lienzo de naturaleza perfeccionada.
Mientras el acompañamiento desfilaba, con lentitud de duelo, por las calles mal empedradas de León, el tren corría, corría, dejando atrás las interminables alamedas de chopos que parecen un pentagrama donde fuesen las notas verde claro, sobre el crudo tono rojizo de las llanadas.
Altos y elegantes chopos ceñían las bien cultivadas llanuras, verdes e iguales, a manera de un collar de esmeraldas. De entre el blanco y limpio caserío se destacaban las torres de los campanarios. Lucía se signaba al verlas. Al pasar por delante de Vitoria un recuerdo acudió a su mente. Se lo trajeron las largas alamedas que adornan y cercan la ciudad.
Cuando veía una higuera, la llamaba sauce; todos los chopos eran para él cipreses; las gallinas antojábansele palomas y no hubo jilguero ni calandria que él con la fuerza de su fantasía, no trocara en ruiseñor. Más de una vez le oí nombrar Pamela á su criada, y sé que únicamente dejó de llamar Clarisa á su lavandera señá Clara, cuando ésta manifestó que no gustaba de que la pusiesen motes.
Palabra del Dia
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