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José puso apresuradamente sobre la mesa numerosas botellas. ¡Acuérdese Vuestra Majestad de la ceremonia de mañana! dijo Tarlein. ¡Eso es, mañana! repitió el viejo Sarto. El Rey vació una copa a la salud de «su primo Rodolfocomo tenía la bondad de llamarme, y yo apuré otra en honor «del color de los Elsbergbrindis que le hizo reír mucho.

La ceremonia fue muy triste: el padre Ambrosio nos dio la bendición, mi administrador general y mi mayordomo fueron nuestros testigos. Nadie más asistió. Después de esto, Amparo quedó sola conmigo. Yo estaba sobrecogido. No sabía hasta qué punto era grave el paso que acababa de dar. Y la gravedad de este paso no me asustaba por ; me asustaba por ella.

Era Eusebio, el sacristán de la capilla del Sagrario, el Azul de la Virgen, como se le llamaba entre la gente de la catedral por el traje color celeste que vestía en los días de ceremonia.

Al día siguiente de llegar del convento, al pasar por delante de su despacho, le veo muy atareado con el pocillo de la tinta de China a un lado y el tiralíneas en la mano... ¡Vaya, cuadrito tenemos! dije para . ¡Ya verás, saleroso, lo que hago yo con tus litografías! Por la tarde me lo entrega con mucha ceremonia. Yo lo recibo con la misma y le doy un millón de gracias.

Clementina, que estaba bien penetrada ya de que le tenía en su poder, se mostró inflexible. O pasar por aquellas singulares horcas caudinas, o nada. Y Osorio pasó. ¿Qué había de hacer? Efectuóse la extraña ceremonia una tarde en casa de la novia.

Las recordaban en sus cantos patrióticos; no había ceremonia pública en que no las llorasen; los muchachos, al entrar en la escuela, lo primero que aprendían era la necesidad de morir algún día para que las provincias cautivas recobrasen su libertad; los hombres organizaban su existencia con el pensamiento fijo de que eran soldados de una guerra futura.

Allá entre los pliegues de una cortina de damasco se escondía la tercera, como si quisiese esquivar la ceremonia afectuosa; pero no le valió la treta, antes su retraimiento incitó al primo a exclamar: ¿Doña Hucha, o como te llames?... Cuidadito conmigo..., se me debe un abrazo.... Me llamo Marcelina, hombre.... Pero éstas me llaman siempre Marcelinucha o Nucha....

Al día siguiente, al subir el Capellanet a la torre para llevar la comida a don Jaime, éste le hacía preguntas sobre lo ocurrido en la noche anterior. Escuchando al muchacho, se imaginaba Febrer todos los accidentes del galanteo. La familia cenaba de prisa, al anochecer, para estar pronta a la ceremonia.

De entonces acá apenas ha variado esta ceremonia, que acostumbra a celebrarse, como la mayor parte de los actos de etiqueta, en la antecámara de los reyes.