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Los muebles eran muy modestos; reducíanse á unas mesas de palo, pintadas de color castaño simulando caoba en la parte inferior, y embadurnadas de blanco para imitar mármol en la parte superior, y á medio centenar de banquillos de ajusticiado, cubiertos con cojines de hule, cuya crin, por innumerables agujeros, se salía con mucho gusto de su encierro.

Estamos aún a un centenar de varas de la caída, y las espumas nos azotan el rostro, mientras el ruido nos aturde. El guía nos habla a gritos, pero yo me limitaba a aferrarme firmemente a su mano.

Yo me hice reemplazar, cuando fui llamado a filas, mediante un centenar de luises, por una especie de alsaciano, de pelo alazán tostado. Y como dicha bala me estaba destinada a por la suerte, puedo decir con verdad que el alsaciano en cuestión vendiome su cabeza y toda su persona entera por un centenar de luises, o algo más.

Aquella procesión no era una procesión de santas imágenes, ni de reyes ni de príncipes, cosa en verdad muy vista en España para que así llamara la atención: era el sencillo desfile de un centenar de hombres vestidos de negro, jóvenes unos, otros viejos, algunos sacerdotes, seglares los más.

¡Qué me importan todas las molestias del mundo, si al cabo de ese mes puedo presentarme de nuevo en el foyer de la Opera! Convenido. ¿Habéis pensado ya en alguien? ¿Acaso ese portero de quien ahora poco hablabais...? ¡Me parece muy bien! Será fácil comprarlo, con su mujer y sus hijos, por un centenar de escudos.

Diógenes ha tirado del cordelito, el telón sube rapidísimo y aparecen los tres Píramos en cuclillas, Butrón, Pulido y el tío Frasquito, ante los ojos asombrados de aquel centenar de Tisbes... Cuadro final.

La viuda había empeñado y perdido para siempre un centenar de hanegadas de tierra de arroz que le producían muy buenos cuartos, para adquirir aquella ratonera brillante y frágil, a la que puso el título de Villa-Conchita, no sin protestas ni rabietas de Amparo.

Dos mil personas elegidas entre los cuatro millones de habitantes de Londres, un centenar de extranjeros distinguidos, venidos de todos los puntos de la tierra: he ahí la concurrencia.

Y el viejo se conmovía, coloreábase su tez, gesticulaba con entusiasmo, y sus ojos brillaban como si viese en movimiento aquel centenar de telares y una turba activa y laboriosa en torno de ellos.

Al contrario, un centenar de aquellos salvajes intentaron acabar con los blancos y los chinos que presenciaban aquel furioso combate, y se dirigieron tumultuosamente a la playa. No había que perder un momento. Para los tripulantes que se habían quedado en tierra no había ya salvación posible y los más de ellos habían ya perecido. No era prudente exponer a igual suerte a los que se habían salvado.