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Se tiene preparado un cazo bien limpio, se llena de agua, se le da un hervor y se tira el agua; después se echa al cazo un cacillo de almíbar, se le da vueltas con un palo, y cuando echada una gota en agua fría se hace caramelo, se retira de prisa del fuego, y siempre hacia un lado se bate mucho, hasta que empiece a subir.

Entonces se cesa de mover, y con un cuchillo rosiente se corta; luego se mueve el cazo para que suelte; vuelve a acercarse al fuego, y se vuelve sobre una tabla el perol del azucarillo.

Y Dupont el mayor acogía con sonrisa benévola las palabras de su primo, mientras enumeraba las excelencias de cada vino famoso. El encargado de la bodega, rígido como un soldado, se colocaba ante los toneles con dos copas en una mano y en la otra la avenencia, una varilla de hierro rematada por un estrecho cazo. ¡Saca, Juanito! ordenaba imperiosamente el amo.

Pues yo declaró Baltasar no vuelvo a meterme en otra.... Mire usted bien las cosas antes, porque esto de andar así, hoy tomo y mañana dejo, es ridículo y le pone a uno en evidencia. Dirá la gente que cazamos... que cazo un dote.... ¡Ya ve usted!

Se muelen las tripas y se las hace hervir con la salsa hasta que resulte una especie de natilla fina, y después se agrega un cazo de caldo de cocido, y se sirve todo ello con la becada.

SORBETE DE MELOCOTÓN. Se toman melocotones muy maduros; se cortan a pedazos, se tiran los huesos, y a los pedazos se les da un hervor en un cazo con un agua. Se pasan por un tamiz, procurando pase toda la pulpa, añadiéndole por kilo de melocotones medio de azúcar que se habrá deshecho en el fuego con un poco de agua.

MANTECADAS DE ASTORGA. Se baten en un cazo diez huevos, con 200 gramos de azúcar; cuando se ha deshecho el azúcar, se echan dos huevos más, y se sigue batiendo; se agregan 200 gramos de manteca y 400 de harina. Se mezcla todo bien, se coloca en moldes de papel, y puestas al horno se cuecen.

¡Mi querida Mina! ¡Qué casualidad encontrarnos!... Vengo de Nueva York, para embarcarme en San Francisco. Voy al Congo.... Y ruborizándose por este absurdo rodeo geográfico, se apresuró á añadir: Quiero cazar donde no cazó el coronel Roosevelt. Voy á correr los países que él no visitó nunca.

Se deploran la cancamurria y los hípidos de nuestros actores y, sin caer en la cuenta, parecen deliciosos el inaguantable martilleo de los actores franceses, su remilgada afectación y el continuo subrayar de palabras y frases á fin de que las agudezas sutiles penetren bien en las mentes obtusas del auditorio, lo cual hasta llega á ser ofensivo, ya que presupone tontería en el público y la necesidad de un embudo y de un cazo de bayeta para que trague lo más dificultoso y enmarañado.

Llevola a las Micaelas doña Guillermina Pacheco, que la cazó, puede decirse, en las calles de Madrid, echándole una pareja de Orden Público, y sin más razón que su voluntad, se apoderó de ella. Guillermina las gastaba así, y lo que hizo con Felisa habíalo hecho con otras muchas, sin dar explicaciones a nadie de aquel atentado contra los derechos individuales.