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Actualizado: 13 de junio de 2025
Entónces infirieran que esa sobriedad en el saber, recomendada por la religion cristiana, esa prudente desconfianza de las fuerzas de nuestro entendimiento, estan de acuerdo con las lecciones de la mas alta filosofía; y que así el catecismo nos hace llegar desde nuestra infancia al punto mas culminante que señalara á la ciencia la sabiduría humana.
Porque parece así como si tuvieras olvidado por completo el catecismo, y ella viniese a refrescarte la memoria. Pero, en fin, en eso no debo meterme porque no me concierne. El resultado es que te casas. Haces bien. El hombre está mal solo, y cuando halla una compañera digna, como tú has hallado, no debe perder la ocasión. Fernanda es una buena muchacha; segura estoy de que te hará feliz.
Allí había colocado la mano discreta de la tía mis primeros libros de estudia, conservados cuidadosamente en la familia; desde el Catecismo de Ripalda y el Fleury, hasta la Gramática de Iriarte, aquella gramática atiborrada de malos versos, que puso en mis manos don Basilio, el eterno alcalde de Villaverde, una noche inolvidable, la noche del reparto de premios. Abrí los libros.
La Regenta, sin entrar jamás en estos conciliábulos, los perdonaba como falta leve, «que ella, cargada de otras más graves, no tenía derecho a censurar». Don Fermín y Ana se veían todos los días; en el caserón de los Ozores, unas veces, otras en el Catecismo, en la catedral, en San Vicente de Paúl, y más a menudo en casa de doña Petronila.
Desde luego se le declaró la guerra por el elemento religioso y a los pocos meses no había un pobre en todo el Ayuntamiento de Vetusta que quisiera las limosnas, los premios, ni la enseñanza de La Libre Hermandad. Las niñas de las Escuelas Dominicales y los chiquillos del Catecismo, que cantaban por las calles en vez de coplas profanas el Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y lo de
Trazaban luego, por espacio de dos horas, sendos garabatos en un papel rayado; y después de contestar de memoria á las preguntas de un catecismo, cosían tres horas largas, hasta que llegaba la del juego. El recreo tenía lugar en un patio obscuro y hediondo, cuya vegetación consistía en un pobre clavel amarillento y tísico que crecía en un puchero inservible, erigido en tiesto de flores.
Lloraba de gratitud y de admiración. Y no pudiendo meditar sobre cosas santas, piadosas, poníase la mantilla y corría a la conferencia de San Vicente, o a la Junta del Corazón o al Catecismo, o a misa... donde correspondiera. Pero la fe era tibia; por allí no se iba a donde ella había deseado.
Pocos libros, poca gramática por ahora..., es mejor el Catecismo, pero bien explicado..., hasta que conozca a Dios, al verdadero Dios, al Dios de los pobres; al Dios que los riñe, los castiga y los premia según sus leyes inmortales, que no se mudan ni se corrompen como las leyes del Dios de ciertos personajes.
Pues a mí me gusta la receta de Su Eminencia, especialmente lo del pan, pues el Catecismo maldito si hace falta, ya que todos lo aprendemos de pequeños. El perrero mostraba cada vez más entusiasmo hablando de su príncipe.
El pedagogo, muy encariñado con el «Catecismo Político» de Pizarro Suárez, alegaba no sé qué razones, en favor de la tolerancia de cultos, y oponía a los dichos de su contrario algunos de aquellos argumentos protestantes tan usados por los periódicos a fines del 56 y principios del 57.
Palabra del Dia
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