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Actualizado: 21 de junio de 2025


Sinuoso aquí, recto allá, corre como una serpiente hacia la barranca de Mata-Espesa, libre de arboledas en algunos sitios, oculto en otros por las alamedas y los naranjales. Desde lo más alto de la colina del Escobillar veréis la ciudad como un juego de dominó esparcido en un tapete verde, cortada por la cinta plateada del río a cuyas márgenes se agolpan caserones y templos.

Se apresuró a dejar la plazuela que cubría de sombra la parda catedral... huyó hacia las calles anchas, dejó la Encimada con sus resonantes aceras gastadas y estrechas, su triste soledad solemne, su hierba entre los guijarros, sus caserones ahumados, sus rejas de hierro encorvadas, y buscó la Colonia, saliendo por la plaza del Pan, la calle del Comercio y el Boulevard, de cuyos arbolillos caían hojas secas sobre anchas losas.

Pero no pueden, porque delata la relativa juventud de estos caserones su arquitectura que revela el mal gusto decadente, pesado o recargado, de muy posteriores siglos. La piedra de todos estos edificios está ennegrecida por los rigores de la intemperie que en Vetusta la húmeda no dejan nada claro mucho tiempo, ni consienten blancura duradera.

Después, su mirada se fijaba en la parte de acá del río. Grandes tejados rotos, con anchas brechas por las que se colaba el aire y la lluvia. Eran caserones abandonados que servían de albergue a los miserables. Junto a ellos brillaban al sol las cubiertas de cinc herrumbroso y las latas viejas de las cabañas de los mendigos. El hormigueo de la miseria también estaba allí.

Algunos hablaban misteriosamente al encontrarse; otros discutían en los mesones con insólita nerviosidad sin alzar demasiado la voz, pero arrufando el hocico y tomándose a veces las partes viriles con toda la mano, para dar más vigor a sus bravatas y juramentos. Con sus puertas y ventanas sin abrir, los caserones de la nobleza tenían el aspecto de rostros patéticos y enmudecidos.

Hay una diminuta catedral, una microscópica obispalía, vetustos caserones con la portalada redonda y zaguanes sombríos, conventos de monjas, conventos de frailes. A la entrada de la ciudad, lindando con la huerta, los jesuitas anidan en un palacio plateresco; arriba, en lo alto del monte, dominando el poblado, el Seminario muestra su inmensa mole.

Hambre todos los días, paliza todas las semanas, viviendo en uno de esos caserones que parecen colmenas obscuras; frío en el lavadero para ganarse una mala libreta, y como término, la muerte en el hospital. ¡Anda y toma albañilillo!

Los caserones solariegos están abandonados; las iglesias se han venido a tierra, y las fuentes, en esta decadencia abrumadora, se han cegado y han desaparecido... El viejo llena sus cántaros en el menguado caño. ¿A cómo venden ustedes el agua? le pregunto. A patacón la carga me contesta. A diez céntimos dice otro viejo.

Si la casa es grande: «¡Qué hermosura! exclamo; esto es vivir con desahogo, esto es lujo y magnificenciaSi es chica: «Gracias a Dios me digo, que salí de esos eternos caserones que nunca bastan muebles para ellos; ésta es a lo menos recogida, reducida, propia, en fin, del hombre tan reducido también y limitadoSi es cuarto bajo: «No tiene escalera, digo y el hombre no ha nacido para vivir en las estrellasSi es alto el piso: «¡Bendito sea Dios, qué claridad, qué ventilación y qué pureza de airesSi es caro: «¿Qué importa? lo primero es tener buena habitaciónSi es barato: «Mejor; con eso emplearé en galas lo que había de invertir en mi vivienda

Los Valcárcel, oriundos de la montaña, habían bajado a las villas de las vegas y de la llanura a procurarse vida más holgada y muelle, y por todo recurso acudían al expediente de buscar matrimonios de ventaja, seduciendo a los ricachos de pueblo con pergaminos y escudos de piedra labrada, allá en los caserones de los vericuetos, y a las tiernas doncellas con las buenas figuras de arrogante vigor y señoril gentileza que abundaban en la familia.

Palabra del Dia

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