United States or Spain ? Vote for the TOP Country of the Week !


Como que resultamos primos concluyó la viuda , aunque un poco lejanos; pero no tanto, si bien se mira, que pudiéramos casarnos los dos sin dispensa... Y se echó a reír con toda su alma.

Fue así que entramos en la iglesia de un convento de franciscanos, donde oraban muchos caballeros medioevales con la visera calada. A través de la penumbra, los acordes del órgano parecían sollozos e imprecaciones. En el altar mayor decía misa, parándose en puntas de pie, un frailecito rechoncho, con dientes como de perro o de lobo. En su boca estaba siempre estereotipada la doble risa de un hombre satisfecho de su mesa y de mismo. No era más alto que mis rodillas. Para alcanzar al santo tabernáculo tenía que subirse a un banquillo que le colocaba al efecto el sacristán. Cuando se subió al banquillo para bendecir a los fieles, Nanela y yo nos arrojamos a sus pies... Y aprovechamos su bendición para casarnos.

Escapamos sólo para estar seguros de casarnos, padre. Queríamos que usted viniese luego a vivir con nosotros, padre. Pedro le quiere a usted tanto como yo le quiero, padre. Padre, me lo robaron. No lo que me pasa, padre.

Bueno, bueno... Pues ponte a trabajar para la averiguación de dónde está la tinaja llena de dinero. Yo vendré a sacarla, y como sea verdad, a casarnos tocan». Diciéndolo, recogía en su cesta los restos de comida para marcharse.

Y cuando ya andábamos en el papeleo pa casarnos, yo le dije: «Gachí, la casa será para la pobresita de mi mare y mi prima Mari-Crú. Ya que tanto han trabajao, hasiendo vida de perras en las gañanías, que vivan bien y a su gusto una temporadilla.

Al cabo respondió avergonzada: Le dije... le dije que y yo no podíamos menos de casarnos ya. ¿Pues? Pues... pues... adivínalo dijo la niña con impaciencia. En efecto, Gonzalo adivinó y experimentó una impresión de repugnancia y temor. Calló obstinadamente por algún tiempo. Venturita le preguntó al fin: ¿Te ha parecido mal? respondió secamente.

En su opinión, lo que yo debía hacer ahora era presentarme a la madre de Gloria, pintarle mi pasión por su hija, echarme a sus pies y suplicarle que la sacase del convento y nos permitiese casarnos y ser felices. El consejo era poco práctico, y me convenció de que los amores del aspirante a telégrafos habían dejado en el espíritu de Matildita una huella indeleble de romanticismo.

De otro modo no puede explicarse cómo amaneció de pronto, en cuanto ella dijera que algunas veces amanecía en la ciudad. Todos los habitantes se metieron en sus cuevas y en sus sepulcros al aparecer la luz indiscreta. Como era la madrugada, la ciudad parecía un cementerio. No bien se abra una iglesia, entramos a casarnos murmuró Nanela. Claro.

Cristeta quiso expresar todo lo que sentía, y acordándose tal vez de que fue comedianta, lo formuló en lenguaje, aunque sincero, un poquito dramático, diciendo: Lo que yo quiero no es tu libertad, sino tu cariño. ¿Casarnos? ¿Para qué? ¿Para darte por seca y rigurosa obligación lo que por libre y complacido albedrío quiero que sea tuyo? ¿Para mermar a la pasión el encanto de la espontaneidad? ¿Por ventura serán entonces más cariñosos tus besos, más prietos tus abrazos? ¿Tendremos mayor firmeza en la confianza ni más brava abnegación en la desgracia? ¿Qué ceremonia, qué rito, que fórmula ha puesto el Señor por cima de este anhelo con que mi pensamiento quiere volar para hacer nido en tu alma?

Hacía ya como tres meses que nos conocíamos, cuando una noche me indicó que debíamos casarnos; pero, como yo había descubierto, entretanto, que su amor por era sólo fingido, me negué.