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Actualizado: 30 de abril de 2025
Que se escapa... ¡bueno!... Vaya bendita de Dios... Nada tengo ya que ver con ella... ¡Ah! ¡si la ley me permitiera casarme!... No se pasaría un mes sin hacerlo... ¿Y por qué no, vamos a ver, y por qué no he de poder hacerlo?... En fin, si no me caso a perpetuidad, me casaré temporalmente... Tomaré por ahí una buena moza, ¿eh, don Feliciano? ¡y anda con Dios!... Será al fin y al cabo una p... de profesión, mientras mi mujer lo es de afición...
Yo los casaré. ¿Por lo pronto, le tenemos ya dentro de palacio? Fray Luis ahogó en su garganta un rugido que se revolvió sordo, poderoso en su pecho. La última pregunta de la reina le había aterrado.
Cada día estoy más satisfecho de tenerla en mi casa manifestó al cabo con su antigua superioridad. Y si continúa portándose tan bien como hasta aquí, es casi seguro que al fin me casaré con ella... Avergonzado de su baladronada, pronunció las últimas palabras rápida y confusamente.
Ni su linaje, ni su edad, ni su figura dan motivo para suponer ni por asomo que pueda usted quedarse para vestir imágenes. Pues oiga usted lo que voy a decirle ahora, en este momento cuya solemnidad dará suficiente valor a mis palabras para que queden por siempre grabadas en su memoria: No me casaré jamás.
Miss, cásese usted decía la dama acompañante, como si, á pesar del enorme sueldo que le había señalado el tutor, quisiera libertarse de la esclavitud que suponía aguantar el carácter desigual é imperioso de la joven. Yo sólo me casaré con un hombre que sea célebre. Y Mina quedaba pensativa después de esta declaración. ¿Qué celebridad podía encontrar?...
Me dejó completamente libre para elegir y se contentó con mis razones sin pies ni cabeza, para rechazar a mis pretendientes. ¿Y no eras tú la que tenías tanta prisa por casarte, Reina? me preguntó Blanca. No me casaré, si no encuentro lo que deseo. ¡Ah! ¿y qué deseas? No lo sé aún respondile con la garganta oprimida. Blanca me tomó la cara con ambas manos y me miró con atención.
Pues yo, para no ser menos contesté , digo que cuando termine la guerra me casaré también. «¿Y con quién?», diréis. Pues me caso con una condesa. ¡Con una condesa! Sí, señores, con una condesa que posee todas estas tierras que estamos viendo y otras más allá, y tiene dos escudos con ocho lobos sobre plata y catorce calderos, con media cabeza de moro y un letrero que dice...
Digo bien, digo bien, «muñeca»: cuando estés allá voy a ser otro.... Tendré con quien hablar, con quien reir.... ¡Ya verás que alegría en aquella mesa! Allá no faltará un buen mozo, algún ranchero rico, y te casaré. Don Rodolfo, agregó, dirigiéndose a mí y desplegando la servilleta, mientras Angelina servía la humeante sopa, ¡queda usted invitado a la boda! La joven se encendió.
¡Mi mujer! exclamó con una expresión de inconcebible desprecio por una idea que le parecía insensata. ¡Yo el marido de Julia! ¡Ah!... Pero, entonces, Domingo, ¿es que tú no me conoces mejor que si nos hubiéramos encontrado por vez primera hace una hora nada más? Primero te diré por qué jamás me casaré con Julia y luego te explicaré por qué nunca me casaría con ninguna otra, quienquiera que fuese.
Y Desnoyers se alarmaba, dando suelta á su mal humor, cuando por la noche iba emitiendo Chichí en forma de aforismos lo que ella y sus compañeras habían discurrido como un resumen de lecturas y observaciones: «La vida es la vida, y hay que vivirla.» «Yo me casaré con el hombre que me guste, sea quien sea.»
Palabra del Dia
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