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Actualizado: 6 de junio de 2025
La muchedumbre, endomingada, agitábase en torno de las rocas, admirando una vez más las carrozas tradicionales que todos los años salían a luz: pesados armatostes lavados y brillantes, pero con cierto aire de vetustez, luciendo en sus traseras, cual partida de bautismo, la fecha de construcción: el siglo XVII.
De coches no había que hablar, pues sólo existían tres en la población, el de Quiñones, el de la condesa de Onís y el de Estrada-Rosa. Este último era el único que no alcanzaba el medio siglo de antigüedad. Cuando cualquiera de las tres carrozas salía a la calle, rodeábala un enjambre de chiquillos y seguíanla buen trecho en testimonio de incondicional entusiasmo.
Aquel pueblo hambriento, que veía tan cerca á los poderosos arrastrando doradas carrozas, cubiertos de joyas, luciendo ricas telas y holgando siempre, mientras él gemía, alzóse formidable, con rugido de fiera, el mes de Marzo de 1521, y el día 8 se rompieron ya los diques del sufrimiento y se dispuso á ejecutar, sin que nada lo contuviese.
En dicho portal, bastante espacioso para que entraran por él las enormes carrozas de su primitivo señor, tenía su establecimiento un memorialista, secretario de certificaciones y misivas; y en el mismo portal, un poco más adentro, estaban los almacenes de quincalla de un hermano de dicho memorialista, que había venido de Ocafia á la Corte para hacer carrera en el comercio.
La comunidad entera de los Terceros, a los que rasuraba desde el prior al último lego Viváis-mil-años, andaba también ocupada y puesta en imaginaciones por los relatos de su rapista; y a tal encarecimiento fueron llegando estos relatos, que llegó a los oídos de la Inquisición la noticia de que había en Sevilla una casa habitada por gentes sospechosas, de las cuales se murmuraban hechizos y encantos; porque había muchas cosas extrañas. ¿Qué se habían hecho aquellas ricas carrozas, aquellos hermosos caballos, aquellas poderosas mulas, que la vecindad había visto entrar en la casa del duende? nadie los había vuelto a ver. ¿Qué comían todas aquellas personas, y todos aquellos animales? la puerta de la casa no se abría jamás. ¿Y cómo podía ser esto?
Ir de Bilbao á Portugalete era entonces un viaje que sólo osaban emprender los atrevidos, tomando pasaje en las barcas que se llamaban carrozas. La góndola del Consulado, del famoso tribunal de comercio, era la única embarcación que surcaba la ría con frecuencia. Los gabarreros, intermediarios obligados de todo comercio, prosperaban rápidamente, y Olaveaga era el pueblo más rico del Nervión.
A no ser que venga el cruzamiento con alguna casta del Norte, trayendo aquí madres sajonas'. Ya poco me falta. Francamente, es cosa de tomar un coche; pero no, aguántate, que pronto llegarás... Un entierro por la Puerta del Sol. No, lo que es aquí no me he de morir yo, para que no me lleven en esas horribles carrozas... Dan las doce. Allá están los cesantes mirando caer la bola.
Después que esas dos figuras saludaban al Rey y bajaban de sus carrozas, acudía el Tiempo á la escena, montando un águila dorada, y felicitaba al Rey por su aniversario; después se abrían tres árboles y dejaban ver unas ninfas, que rivalizaban por su parte en congratulaciones entusiastas.
Es el flagelo de poetas memos, Y echará á puntillazos del parnaso Los malos que esperamos y tememos. O, señor, repliqué, que tiene el paso Corto, y no llegará en un siglo entero. Deso, dixo Mercurio, no hago caso. Que el poeta que fuere caballero, Sobre una nube entre pardilla y clara Vendrá muy á su gusto caballero. Y el que nó, pregunté, qué le prepara Apolo? qué carrozas? ó qué nubes?
Detrás, presidiendo la comitiva, como muda invitación hecha al público para asociarse a la fiesta, iban en las carrozas municipales media docena de señores de frac, tendidos en los blasonados almohadones, llevando sobre el vientre, como emblema concejil, la roja cincha y saludando al público con un sombrerazo protector.
Palabra del Dia
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