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Actualizado: 13 de octubre de 2025


«¿A dónde vas ahorapregunto con interés de padre D. José de Relimpio. Isidora tenía un papel en que había apuntado varias cantidades. Era mujer de orden. Aquellos numeritos representaban deudas contraídas en la prisión. Dígolo por traer una carretela para llevarla a usted a mi casa. ¿Usted se entera?».

Al cabo sucedió lo que era de esperar. Una tarde, al regresar del paseo con sus compañeros, cruzando desde el Prado a la calle de Alcalá, se vieron obligados a pararse por no ser atropellados de los carruajes. Los ojos de Miguel, que estaba en primera fila aguardando el desfile, tropezaron con los de su madrastra, que venía en carretela abierta.

La carretela no llevaba cascabeles, pero los caballos de la Góndola ... ¿O serían cigarras, grillos... ranas... cualquier cosa de las que cantan en el campo acompañando el silencio de la noche?... No... no; eran cascabeles, ahora estaba seguro... ya sonaban más cerca, con cierto compás... cada vez más cerca.

Todavía calentaba el sol y las damas de la carretela improvisaron con las sombrillas un toldo de colores que también cobijaba al Magistral y al Arcipreste.

También se juró negarse a leer la carta delante de su madre, aunque ella lo pidiera puesta en cruz. «Aquella carta era de él, de él solo». Llegó el coche. Una carretela vieja, desvencijada, tirada por un caballo negro y otro blanco, ambos desfallecidos de hambre y sucios.

Y apesar de eso, no cambio mis colores por los de ninguna de esas señoritas tísicas que van al Prado en carretela...» El hijo del brigadier asentía incondicionalmente a estas atrevidas proposiciones; quizá las llevase en su pensamiento más allá que la misma interesada.

El brigadier me esperaba ya, ocupando su puesto en la carretela, acompañado de otro amigo. Llego, monto, me siento, y el coche arranca. No habian pasado nueve minutos cuando nos encontramos, cerca de la barrera que circuye á uno de los cafés cantantes de los Campos Elíseos.

La hermana Luisa inclinó aún más la cabeza y se alejó con paso precipitado. La monja triunfante sonrió con el borde de los labios. A la misma hora los criados de la casa de Elorza iban y venían de un lado a otro con diversos objetos en la mano. Pedro, el viejo cochero, daba cera a la carretela de lujo, mientras dos mozos de cuadra limpiaban los caballos.

«No es caso nuevo ni mucho menos decía . Los libros están llenos de casos semejantes. ¡Yo he leído mi propia historia tantas veces...! ¿Y qué cosa hay más linda que cuando nos pintan una joven pobrecita, muy pobrecita, que vive en una buhardilla y trabaja para mantenerse; y esa joven, que es bonita como los ángeles y, por supuesto, honrada, más honrada que los ángeles, llora mucho y padece, porque unos pícaros la quieren infamar; y luego, en cierto día, se para una gran carretela en la puerta, y sube una señora marquesa muy guapa, y ve a la joven, y hablan, y se explican, y lloran mucho las dos, viniendo a resultar que la muchacha es hija de la marquesa, que la tuvo de un cierto conde calavera?

Por convenio expreso entre ambos, Miguel había de ir por la mañana a buscar a su tío con la carretela, y desde la fonda irían a esperar a los viajeros. Cuando subió a la fonda a eso de las siete, tío Manolo comenzaba a aderezarse, en cuya grave y prolija ocupación no gustaba de que nadie le turbase.

Palabra del Dia

aprietes

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