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Actualizado: 9 de septiembre de 2025
Sí; te quiero mucho, pero te quiero bueno y piadoso, porque antes que en todo lo demás debemos pensar en nuestra salvación y en hacer el mayor bien que podamos en este mundo. El joven sintiose en aquel momento enternecido, saboreando las gotas de cariño que su amada dejaba caer sobre sus labios.
Doña Luisa, desde que su marido descendió á la tumba, concentró toda su vida, todo su cariño, todos sus cuidados en la hija de sus amores. Hasay pasó á casa de Doña Luisa, teniendo Lola su misma edad. Los infantiles juegos y las caricias de Doña Luisa desarrollaron la existencia de sus dos hijas, como ella las llamaba.
Jacinta le sentó sobre sus rodillas y trató de ahogar su desconsuelo, estimulando en su alma la piedad y el cariño que el desvalido niño le inspiraba.
Pero, si bien se mira, yo no he conocido el amor, como este no sea una combinación de amistad, aprecio, deseo de agradar y de embelesar, y empeño vanidoso en mostrar a quien se aprecia y a quien se profesa cierto cariño, todo el valer, toda la lozanía y toda la potencia deleitable y beatífica de la propia persona. Pero esto no es el verdadero amor.
Ya sabe vm., querido Candido, que era muy bonitillo; creció mi hermosura con la edad, de suerte que el reverendo padre Croust, rector de la casa, me tomó mucho cariño, y me dió el hábito de novicio: poco despues me enviáron á Roma. El padre general necesitaba una leva de jesuitas alemanes mozos.
La ambición les guía, el amor propio les alienta, el egoísmo les sostiene, la impudencia les basta, y entre los riscos del camino se van dejando, sin sentirlo, la hombría de bien, la amistad y el cariño.
Ni sabía Sol por quién le preguntaba. No: Sol no había visto a nadie. Iba muy contenta. La directora la había tratado con mucho cariño. Sí, Pedro Real había estado; pero no a saludarla: nadie había subido a saludarla. La habían mirado mucho. Decían que el cónsul francés había dicho una cosa muy bonita de ella. Pero al salir, no, no vio a nadie.
Diría también que yo le cuidaba como una hermana y le servía como una esclava. Su voluntad me parecía una cosa de que no se podía dudar; sus palabras como el Evangelio. ¿Y él?... Me trataba con consideración; pero.... ¿No tenía a usted más cariño que el de hermano? Ninguno más; pero aquel cariño me consolaba en mi tristeza.
Dominado este por la actitud de su hermana y por el cariño que le tenía, se contuvo. Echado de bruces sobre la mesa, la barba apoyada en el arco que con sus brazos hacía, a Isidora contemplaba en silencio con la seriedad y atención hosca de uno de esos perrazos que muerden a todo el mundo menos a su amo. El bullicio de la sala llegaba ya al delirio.
Dadme la mano le dije, bien sabéis que nos conocemos. No me atrevía a... ¡Qué tontería! ¿Qué es eso, Reina? refunfuñó mi tío. Una flor algo silvestre dijo el comandante mirándome con cariño, pero una hermosa flor.
Palabra del Dia
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