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Actualizado: 27 de julio de 2025
El insigne poeta ecijano, hoy más famoso por su novela intitulada El Diablo Cojuelo, aún muy leída, que por sus obras teatrales, desterradas, como todas las antiguas, de la escena actual, principalmente por falta de buenos cómicos y consiguiente carencia de buenas compañías, escribió más de cuatrocientas comedias, de las cuales ha llegado hasta nosotros un centenar escaso.
Se diría que estos poetas, alegres y desenfadados, dejan tranquilo en su cielo al Amor primordial y unigénito, y, si toman de él varias prendas, es para adornar á los Amorcillos terrestres, hijos de las ninfas, con los cuales no disuenan las libertades y la carencia de misterios.
Para esto era forzoso prestar asentimiento a los deseos de aquél, ir a misa, someterse a prácticas devotas y ceder a su voluntad, como antes había cedido y se había plegado a la carencia de espíritu religioso que siempre demostraron el marido y el hijo menor. Doblegóse, pues, deseosa de evitar contrariedades, y su primer acto de sumisión fue ir a misa el domingo siguiente.
Eran pastores de cabras el rebaño del pobre que realizaban el milagro de poder subsistir, ellos y sus animales, sobre una tierra estéril. Más adelante ya no encontró ninguna vivienda humana. La soledad absoluta, el silencio de las tierras muertas, la profundidad misteriosa de la carencia de toda vida, se abrieron ante sus pasos para cerrarse inmediatamente, absorbiéndolo.
Carola, viéndole tan largo rato callado y con la cabeza baja, e imaginando que su silencio y humildad eran implícita confusión y vergüenza por su carencia de recursos, comenzó a afirmarse en la idea de que aquel hombre no tenía un cuarto, y discurrió que pues no le servía ni de pagano ni para capricho, lo mejor era darle pasaporte.
No era avaro; gastaba sin prudencia y me hubiese permitido hacer lo mismo si quisiera, pero sentía ansias de ganar y tener mucho, incurriendo para conseguirlo, con los clientes pobres, en faltas de consideración, casi de misericordia; adoleciendo con los ricos de cierta carencia de dignidad y altivez que a mis ojos le hacía desmerecer: lo que le importaba era cobrar, cobrar... A veces toleraba lo que no debía.
Sus ojos miraron con estúpida fijeza los dibujos del empapelado, las láminas piadosas de este cuarto que había servido de albergue á los peregrinos ricos. Permaneció inmóvil y abstraído como los orientales, que piensan en su carencia absoluta de pensamientos. Una idea única danzaba en el vacío de su cráneo: «Y no la veré más... ¿es esto posible?»
Ya que no para disculparla, para atenuar su falta y su responsabilidad moral deben valer el descuido de su vida pasada; el nunca conocido por ella vergonzoso temor de las niñas que se crían vigiladas por madres virtuosas; los ejemplos, siempre desaforados, que ha visto en torno suyo, en vez de verlos buenos, y hasta la carencia del orgullo señoril, que no podía perder, porque nunca le había tenido, y que sólo podía contrahacer para la generalidad de los hombres que le eran indiferentes, mas no para aquellos cuyo talento, gallardía o elegancia le entusiasmaban.
Alemania, en opinión de Nietzsche, no tenía cultura propia por su carencia de estilo. «Los franceses había dicho están á la cabeza de una cultura auténtica y fecunda, sea cual sea su valor, y hasta el presente todos hemos tomado de ella.» Sus odios se concentraban sobre su propio país. «No puedo soportar la vida en Alemania.
El doctor contempló con cierta admiración el edificio enorme y aplastante. No podía negársele carácter propio. Los jesuítas tenían un arte suyo; el de la ostentación y la carencia de gusto. No había obra arquitectónica de su propiedad que no la marcasen con su sello, como si quisieran ser conocidos de lejos. La fachada de la iglesia, que ocupaba el centro del monasterio, era toda de piedra.
Palabra del Dia
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