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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Fundábase nuestra controversia en este aserto, que dábamos por sentado: en nuestra España apenas tiene el escritor el incentivo del lucro, o es tan ruin el incentivo que no debe suponerse que sea él y no el amor de la gloria quien a escribir estimule. La controversia era, pues, sobre si tal carencia, ineficacia o escasez de incentivo, era un bien o un mal para las letras.
La carencia de proporciones indicaba que aquel hogar se había formado de improviso y por amontonamiento, no con la minuciosa yuxtaposición del verdadero hogar doméstico, labrado poco a poco por la paciencia y el cariño de una o dos generaciones. Allí se veían piezas donde el exceso de muebles apenas permitía el paso, y otras donde la desnudez casi rayaba en pobreza.
El estómago, no tanto: lo peor es la gran debilidad que siento en todo mi organismo desde hace tres o cuatro meses. Una carencia absoluta de fuerzas. En cuanto subo cuatro escaleras, me fatigo. No puedo levantar el peso más insignificante... ¿Ha tenido usted algún síncope, o siente usted mareos de cabeza? Mareos, sí, señor; pero nunca he llegado a perder el sentido.
El Museo Británico es, sin disputa, un grandioso monumento que refleja la gloria, el poder y el cosmopolitismo de la Gran Bretaña; y, prescindiendo de su carencia de buenos cuadros de pintura y frescos, cosa general en casi todos los establecimientos públicos de Lóndres, puede decirse que no tiene rival en el mundo, bajo muchos aspectos.
Como la casa era tan espaciosa que a no ser por su sencilla rustiquez y carencia de adornos arquitectónicos, pudiera pasar por palacio, don Andrés, refugiado en sus habitaciones del piso principal, se sustraía al bullicio, y, según he indicado ya, estaba tranquilo. Enciéndase, con todo, que esta tranquilidad no era mental, sino corpórea. Mentalmente el cacique estaba agitadísimo.
El viajero, el curioso ó el que por su cargo inspecciona la isla, recorre las costas, siéndole muchas veces imposible internarse por oponerse la fragosidad del terreno, lo inhospitalario de sus pampas y bosques, la falta de caminos, la carencia de recursos y el estado de algunas tribus que se asemejan á las que habitan las montañas de Mariveles y algunas provincias del Norte.
Villafría, población muy adelantada, producía este efecto en el P. Enrique. Nada amilanaba su corazón, ni allí tenía que temer nada; pero su entendimiento estaba amilanado y reconocía su carencia de influjo. No afirmo yo que se establezcan corrientes magnéticas; pero, sin decirlo como verdad, puedo decirlo como imagen; entre sus paisanos y él no había corriente magnética alguna.
En cuanto á su fondo, nada hay más diverso; en vez de la animación y de la pasmosa claridad de los españoles para exponer las cosas más misteriosas é intrincadas, encontramos en sus imitadores alemanes una obscura confusión de alambicados afectos, una mogigatería afeminada y repugnante; en vez de una forma dramática artística y singularmente perfecta, una carencia tan completa de todo linaje de composición, que casi nos creemos retrotraídos á los primeros orígenes del teatro.
Su firma en un sinnúmero de pagarés, y tan desacreditada, que a su mismo portero le prestarían un duro los usureros mejor que a ella. Vencimientos ineludibles que había que satisfacer, so pena que la familia se desacreditara... y nada con que pagar, absolutamente nada; la carencia más completa de medios para salvar la situación. Las necesidades de la casa lo arrebataban todo.
Allí, con la cabeza levantada y sostenida por varias almohadas, estaba el Padre sin dar señal alguna de conocimiento. Los ojos como dormidos, entornados los párpados, muda la lengua. Tal vez sentía, veía y comprendía aún; pero no tenía medio de comunicar sus impresiones por carencia de fuerza muscular. Largo rato le miró doña Luz sin pronunciar palabra. Al fin rompió en amargo lloro.
Palabra del Dia
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