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Por esto se dijo: No hay amigo para amigo: las cañas se vuelven lanzas; y el otro que cantó: De amigo a amigo la chinche, etc.

El espacio se empapaba de luz; disolvíanse las sombras, como tragadas por los abiertos surcos y las masas de follaje. En la indecisa neblina del amanecer iban fijando sus contornos húmedos y brillantes las filas de moreras y frutales, las ondulantes líneas de cañas, los grandes cuadros de hortalizas, semejantes á enormes pañuelos verdes, y la tierra roja cuidadosamente labrada.

Su temperamento le engañaba, fingiendo una juventud sin fin; la desgracia al herirle de repente le desteñía, como un chubasco, todas las canas del espíritu. «Ay, , era un pobre viejo; un pobre viejo, y le engañaban, se burlaban de él.

A los lados se destacan graciosas casas campestres en gran número, cubiertas de paja, pulcramente blanqueadas y rodeadas de jardines y huertos perfumados. Detras agitan sus copas de un verde oscuro las moreras, salpican el campo los simétricos viñedos, ú ondean como lagos de verdura los entables de trigos, dominados á veces por las flotantes espigas y las rubias cabelleras de las cañas de maiz.

La víspera, los compadres de la reunión y algunos íntimos recibieron de él afectuosa carta de despedida y adjunta una invitación del capitán del barco para que, si tenían gusto en ello, viniesen á beber unas cañas á la salud y al viaje feliz de su amigo. Pepe de Chiclana recibió la suya.

Este gran basurero continuaba embalsamando el aire y recreando la vista hasta el día en que habían de celebrarse fiestas de toros ó cañas ó con motivo del paso de alguna procesión, por manera que meses enteros gozaban los vecinos del lugar ó los transeuntes, de tan recreativo y limpio espectáculo .

Hizo un esfuerzo y le miró a la cara con fijeza. No; algunas canas en la barba... y el aspecto un poco fatigado. El temblor de su voz contrastaba con la aparente indiferencia que quiso dar a sus palabras.

Créame usted, usted se acordará de y me dará la razon cuando tenga canas como yo, ¡canas como estas! Y el viejo abogado se cogía sus pocos cabellos blancos sonriendo tristemente y agitando la cabeza.

Retireme temprano, que no les sientan bien a mis canas ver entrar a Febo en los bailes; acompañome mi sobrino, que iba a otra concurrencia. Bajé del coche, y nos despedimos. Pareciome no encontrar en su voz aquel mismo calor afectuoso, aquel interés con que por la mañana me dirigía la palabra.

Y no solamente asistía el cabildo á los toros y las cañas, sino que de sus fondos hacía crecidos gastos en tales fiestas, así en el adorno del estrado que ocupaba, como en rodearse en él de ciertas comodidades y regalarse muy cumplidamente, conforme su clase requería.