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Actualizado: 3 de junio de 2025


Tiene ventanas anchas como las casas salvadoreñas, y un balcón de madera muy hermoso, el pabellón del Salvador, que es país obrero, que inventa y trabaja fino, y en el campo cultiva la caña y el café, y hace muebles como los de París, y sedas como las de Lyon, y bordados como los de Burano, y lanas de tinte alegre, tan buenas como las inglesas, y tallados de mucha gracia en la madera y en el oro.

Ana leía sentada en su banqueta de lona blanca con franjas azules, mientras sujetaba la caña con la mano izquierda, sin más fuerza que la necesaria para que la corriente no la llevase.

Quedeme estupefacto mirándole, y pensando después que era una broma, dije con malos modos: Yo no conozco a esos señores ni cómo se atreven... Pero Gloria me tiró de la manga, diciéndome: Bebe. La miré sorprendido. ¿Hay que beber? , hombre, ; bebe. Hice como me mandaba, apurando una caña, y luego dije: Deles usted las gracias.

Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos, pero a ninguno se rindió la caña sino a , porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al cabo de lo escrito hecha una grande cruz.

Usaba larga melena, poseía dos estirados ojos semimongólicos, y en la calle marchaba con lentitud y majestad, mirando al público desde las alturas del Parnaso. Siempre llevaba una caña de la India con puño de oro y marfil, como lleva San José en los altares su vara de azucenas, entre el pulgar y el índice de la mano derecha, levantada a la altura del codo.

Digámoslo para tranquilidad de las damas que en situación semejante se pudieran ver. No le había salido ninguna cana. Y si le salieron, no se le conocían. Y si se la conocieran, ya habría ella buscado medio de taparlas.

Es un cobarde y un traidor, que vendiendo amistad, hiere por la espalda». Tía y esposa no le dijeron nada, y fueron tras él. Cogiendo de la percha del recibimiento la caña que usaba, salió dando un fuerte portazo. Bajó rápidamente y estuvo hablando un rato con la portera.

Honradez y crueldad, un gran sentido para apreciar la realidad de las cosas, y un rigor extremado y brutal para castigar las faltas de los pequeños, sin dejar por eso de quererles, componían, con la verbosidad infinita, el carácter de Encarnación la Sanguijuelera. Su flaca pero fuerte mano empuñó la caña, y descargándola sin previo anuncio sobre la cabeza de su sobrina, la rompió al primer golpe.

Iba á apuntar en un pedazo de papel las dosis de aguardiente de caña y de azúcar, cuando ella se levantó, súbitamente vigorizada, mirando en torno con extrañeza... ¿Por qué estaba allí? ¿Qué tenía que ver con aquel buen hombre medio desnudo que le hablaba como si fuese su padre?... ¡Gracias! ¡muchas gracias! dijo al salir de la cocina.

Un viejo marinero, de barba blanca, piel bronceada y curtida por el sol y los vientos de los mares tropicales, y que empuñaba la caña del timón, dijo: La veo, Capitán. Aunque tengo sesenta años, aún conservo la vista.

Palabra del Dia

estaquis

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