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Actualizado: 20 de julio de 2025


Estos callejones oliendo a polvo y a miseria secular, con su pavimento de islas de pedruscos y mares tortuosos de fango líquido, daban al Rastro gran semejanza con las avenidas angostas y sombrías de un zoco moruno. En la plaza vieron a los vendedores más míseros, con sus puestos de objetos rotos, de una utilidad desconocida.

Por los callejones transversales, obscuros y solitarios, venían bocanadas de brisa primaveral cargada de perfumes de jardín, de olor de naranjo, de aroma de las flores alineadas en tiestos tras rejas y balcones. Blanqueaba el azul del cielo con la caricia de la luna, que se desperezaba sobre el plumón de las nubes, avanzando el rostro entre dos aleros.

A fuerza de filípicas maternales corría una escoba por el piso, sazonaba el caldo, traía una herrada de agua; en seguida, con rapidez de ave, se evadía de la jaula y tornaba a su libre vagancia por calles y callejones. De tales instintos erráticos tendría no poca culpa la vida que forzosamente hizo la chiquilla mientras su madre asistió a la Fábrica.

Dobló su chaqueta sobre la popa y puso entre los pliegues á los dos pigmeos. Luego siguió remando, de pie y con la vista fija en la línea de escollos, para enfilar á tiempo los callejones de espuma hirviente abiertos en ella. El bote se levantó sobre las olas y volvió á caer, tocando varias veces con su quilla los obstáculos invisibles.

A las diez de la mañana tomaba yo el sombrero y me iba a pasear por la ciudad. Al principio preferí los arrabales, los callejones sombríos, las márgenes pintorescas del Pedregoso o las plazoletas de la Alameda, vasto cuadro sembrado de fresnos, al pie de la colina del Escobillar; alameda sin flores y sin árboles copados, que por lo apacible y retirada me era gratísima.

Caminaba perezosamente por las calles de la ciudad en los fríos crepúsculos de invierno, comprando los encargos de su madre, deteniéndose embobada ante los escaparates que empezaban á iluminarse, y al fin, pasando el puente, se metía en los obscuros callejones de los arrabales para salir al camino de Alboraya. Hasta aquí todo iba bien.

El cual tomó a pecho, y a buena cuenta, los agrios callejones que parecían ser las raíces con que estaba el monte adherido al valle; callejones sarpullidos de cantos removidos y descarnados por el constante fluir de los regatos que por allí bajan desde sus cercanos manantiales.

Venía cansadísimo, fatigado, como perro jadeante, apoyándose en el bastón de puño de oro, arrollada sobre los hombros la española capa, echado hacia la nuca el sombrero de copa. Había ido a pasear por los callejones de Barrio Viejo su esponjada prosopeya. Al verme se detuvo: Amiguito: ¿va usted a donde todos, no es eso? ¡Vengo medio muerto! ¿Llegó usted hasta la cascada? ¡Guárdeme el Cielo!

En uno de estos callejones escuetos y solitarios se detuvo de repente nuestro joven, que había llegado hasta allí maquinalmente, para orientarse del lugar en que se encontraba.

Tinito el sabio se encaminó a su casa por los callejones más extraviados, para no ser visto por sus amigos y colaboradores, pues así convenía para sus planes; y una vez encerrado en ella y después de encargar muy encarecidamente que se dijera a cuantos llegaran a preguntar por él, si alguien llegaba, que no había venido aún, procedió a romper las ligaduras del paquete con mano codiciosa y a dividir su contenido en cuatro porciones: una para cada repartidor de los tres que tenía apalabrados, y la más pequeña para dejarla de reserva.

Palabra del Dia

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