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Actualizado: 23 de junio de 2025
Padecéis un fuerte ataque de coriza, y habláis por la nariz: por eso os expresáis en auvernés. Esto es muy lógico. Volved a vuestra casa, aspirad bastante acónito, conservad los pies calientes y la cabeza abrigada y, en lo sucesivo, adoptad toda clase de precauciones contra los constipados, pues ya sabéis cuáles han de ser para vos sus consecuencias.
Doña Lupe dio un gran suspiro, mirando a D. Francisco que guiñaba los ojos de una manera entre burlesca y compasiva. «¡Hijo, por Dios! dijo Fortunata acercándose , no discurras esas cosas que dan dolor de cabeza... Sí, está muy bien; pero todo lo que hay que averiguar sobre esto, está ya averiguado... No te calientes la cabeza».
¡Cuánta ternura brilló en sus ojos, mirando a Miquis, que la devoraba con los suyos! «Lo que es a mí... no me han de imponer un marido que no sea de mi gusto, aunque esté más alto que el sol. ¡Bendita sea tu boca! exclamó Augusto, apoderándose de las dos manos de ella . ¡Ay!, prenda, ¡qué frías tienes las manos! ¡Y las tuyas, qué calientes!».
El padre del muchacho, revistiéndose de valor, partió a la serpiente por la mitad de un hachazo; pero ella, así mutilada, siguió apretando el cuerpo del muchacho hasta sofocarlo. Viven generalmente estas serpientes en los bosques calientes y húmedos, donde acechan a sus presas, bien ocultas en la yerba, bien suspendidas de los árboles.
Cada vez más fría la estación invernal y más calientes las noticias que de allá fuera vienen a conmover la Fábrica. Por de pronto, no quedaron estériles las disposiciones marciales demostradas el día del motín, y al siguiente cobraron las operarias sus haberes a tocateja. No era cosa de provocar el enojo del pueblo en el estado actual de España, que parecía ya la casa de Tócame Roque.
La limeña de marras no conoció peluquero ni castañas sino uno que otro ricito volado en los días de repicar gordo, ni fierros calientes ni papillotas, ni usó jamás aceitillo, bálsamos, glicerina ni pomadas para el pelo. El agua de Dios y san se acabó, y las cabelleras eran de lo bueno, lo mejor.
No obstante, para tranquilidad de mi conciencia, me sumerjo de nuevo completamente; luego, satisfecho de haber cumplido con mi deber, me precipito hacia la orilla, que salvo con rapidez, enjugo mi cuerpo enrojecido por el frío y me cubro de prisa con mis ropas todavía calientes.
Quizás quedaba en ella mayor cantidad de chispas de aquel fuego sacro de otros tiempos, que en él, en quien sólo había un puñado de cenizas calientes; pero en los dos era el mismo el propósito de no intimar gran cosa en el trato, no solamente porque así convenía a los fines pudibundos de la madre en cuanto se relacionaba con la hija, sino por recíproco impulso de las respectivas conciencias, a cual más remordida y desencantada.
El frío era grande y ayudaba a la pereza a mantener agazapados entre las calientes ropas del lecho aun a los más madrugadores. Damián oyó las ocho en su cama y volvióse del otro lado, esperando que el señor marqués no necesitaría de sus servicios, según su costumbre, hasta muy entrada la mañana; un violento campanillazo vino, sin embargo, a hacerle saltar despavorido...
Después seis horas más, oprimida entre un comerciante viajero y un judío polaco, en los calientes cojines de una diligencia, y al fin surgieron ante mis ojos, en los fuegos de una tarde de otoño, las torres de la pequeña población en que los seres que me eran más caros, los únicos a quienes quería en este mundo, habían edificado su nido.
Palabra del Dia
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