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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Antonio se deslizó por la escotilla, esperando encontrarlo en la cala. Se hundió en agua hasta la rodilla: el mar la había inundado. ¿Pero quién pensaba en esto? Buscó a tientas en el reducido y oscuro espacio, sin encontrar más que el tonel de agua y los aparejos de repuesto. Volvió a cubierta como un loco. ¡El chico! ¡El chico!... ¡Mi Antoñico!

Ve a cumplir tu obligación, porque el tiempo pasa y la noche avanza. ¡Perro maldito! ¡mi obligación!... ¡mi obligación!... murmuró el fraile ganando la orilla por medio de un puente lanzado desde la tartana, y por el cual también el gitano había bajado, montado sobre su caballito que habían izado desde la cala, lo mismo que al reverendo.

Seguía cayendo aquella lluvia menuda, lenta, constante, que cala hasta los huesos y los enfría, como cala hasta el corazón y lo hiela un pensamiento triste y monótono que no se puede desechar.

Esta era la sorpresa que Kernok preparaba a su gente; había enviado al maestro Zeli a bordo del navío español, para retirar la poca pólvora que pudiese quedar, disponer las materias combustibles en la cala y en el sollado y agarrotar lo más sólidamente posible a los desgraciados españoles, que no sospechaban nada.

Hacia allí le dijo Van-Stael, indicándole el sitio donde sospechaba que estaba el boquete. Se vió al pescador caminar por debajo del agua, llevando fuera la mano con que sostenía la linterna. Pocos minutos después salió, y dijo: Capitán, alguien ha hecho traición. ¿Qué quieres decir? Que alguien ha abierto una cala en el barco. ¿Alguien? , Capitán.

Alegraríame que fuese cerca, porque llueve que cala y ciegos andamos. ¿No oís? Campanillas. De mulas de coche. Muy ruidoso me hacéis. No hay por qué taparse. Alégrome. Pero ya llegamos. ¡Eh, Andresillo, la meseta á este caballero para que suba! No veo dijo Quevedo. Guiaréos yo; delante tenéis la meseta.

Esto fue acompañado de un bofetón y de un puntapié tan violento, que el grumete, que estaba en lo alto de la escalera del sollado, desapareció como por encanto, y llegó al fondo de la cala resbalando con rapidez a lo largo de los tramos de la escalera. Llegado al final de su viaje, el grumete se levantó y dijo frotándose los riñones: Estaba seguro; lo he conocido en el modo de mascar el tabaco.

Y sin plegar casi el trapo, embestimos la playa, clavando la proa en la arena. ¡Señor, qué modo de trabajar! Aun me parece un sueño cuando lo recuerdo. Todo el pueblo se tiró sobre la barca, la tomó por asalto: los chicuelos se deslizaban como ratas en la cala. ¡Aprisa! ¡Aprisa! ¡Que vienen los del gobierno!

Entonces llamó a su teniente Santiago, pero éste, creyendo que se trataba de mandar el fuego, había desaparecido con la rapidez del relámpago. ¡Santiago! repitió. Señor capitán, está en el fondo de la cala; dice que le ha enviado usted para que vigile cómo sacan la pólvora. ¡El miserable! ¡Por Santiago! que le traigan muerto o vivo; y , Alvarez, dame mi bocina de combate.

Una idea fija le dominaba, y era el recuerdo de la muerte de Zeli, al cual era bien adicto. Vas a bajar a la cala y decir a mi mujer que puede venir a besarme: ¿oyes? dijo Kernok. , capitán respondió Grano de Sal; y una gruesa lágrima cayó sobre el reloj. En el acto desapareció por la escotilla.

Palabra del Dia

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