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Actualizado: 3 de octubre de 2025
El Comercio no duerme por observar las burbujas del Pasig, La Oceanía mira de reojo á su vecino de enfrente, y el Diario profetiza, por boca de no sé quién, que el tifón está poco menos que soplando en los aldabones de la puerta de Santa Lucía, y piensas en viajitos por mar. Vaya, vaya, tú estas malo y tratas de contagiarme. Pero, en fin, ¿me acompañas ó no?
En los pisos inferiores, debajo de sus pies, en aquel segundo palacio que, adherido al acantilado, descendía hasta el mar, estaban los acuarios, las bestias misteriosas del abismo continuando su existencia entre burbujas de agua corriente, en sus jaulas de cristal.
Tirado sobre la larga silla de reposo había un traje de calle con sus menudos tableados de seda, sus volantitos estrechos y sus largos lazos anudados como al descuido. Los frasquitos de perfumes y los acericos de encaje estaban desordenados en el tocador; y en la ancha jofaina de blanca porcelana, el agua conservaba todavía las blancas espumas y las irisadas burbujas del jabón.
Las nubes blancas que flotaban en el horizonte, al pasar ante el sol trazaban sobre el mar grandes espacios de sombra. Un pedazo de la extensión azul quedaba obscuro y mate, mientras más allá de este manto movible las aguas luminosas parecían hervir con burbujas de oro.
Ya no hay aprensiones: ya no veo hormigas en el aire, ni burbujas, ni nada de eso; hablo de ello sin miedo de que vuelvan las visiones: me siento capaz de leer a Maudsley y a Luys, con todas sus figuras de sesos y demás interioridades, sin asco ni miedo. Hablo de mi temor a la locura con Quintanar como de la manía de un extraño. Estoy segura de mi salud. Gracias, amigo mío; a usted se la debo.
Vió con el pensamiento dos anillos tricolores, iguales á los redondeles que colorean los mantos volantes de las mariposas. Se explicaba la inquietud de los alemanes. El avión francés se había inmovilizado unos instantes sobre el castillo, no prestando atención á las burbujas blancas que estallaban debajo y en torno de él. En vano los cañones de las posiciones inmediatas le enviaban sus obuses.
El maestro Águila, después de toser varias veces, comenzó un rasgueo, interrumpido de vez en cuando por las escalas gimeantes de la cuerda prima. Uno de los esbirros de don Luis destapó botellas y ordenó las filas de cañas, ofreciendo estos tubos de cristal, llenos de líquido dorado con una corona de burbujas. Las mujeres, atraídas por la guitarra, llegaron corriendo de la cocina.
Así debían oler las emperatrices, así debía ser el contacto de su epidermis. Estremecimientos misteriosos é incomprensibles atravesaban su cuerpo como ligeros vapores, como débiles burbujas del légamo que duerme en el fondo de toda infancia y se remonta á la superficie con las fermentaciones de la juventud. Su padre adivinaba una parte de esta vida imaginativa al ver sus juegos y lecturas.
Se obscureció el agua con una dilatación negra, como si se hubiese roto en sus entrañas una gran bolsa repleta de tinta. Subieron á la superficie densas burbujas de gases, que estallaron con un estrépito hediondo, y todos los cables se soltaron á la vez, cayendo inertes, como los segmentos de una serpiente partida, como los tentáculos de un pulpo desgarrado.
En el caldero que era grandísimo, ventrudo y negro, hervía un mediano mar amarillo con burbujas que parecían gotas de ámbar bailando sobre una superficie de oro. Del líquido hirviente salía un chillón murmullo, como el reír de una vieja, y del hogar o rescoldo, profundo son como el resuello de un demonio.
Palabra del Dia
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