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Actualizado: 15 de mayo de 2025
El vasto edificio principal del famoso Hospital de inválidos de la marina, fué en su principio un palacio de residencia real creado por Enrique VI. Cárlos II lo reconstruyó mucho mas tarde, y al fin Guillermo III lo convirtió en Hospital de la marina británica, en 1705.
Entónces el espectáculo hace comprender el secreto de la grandeza británica y del progreso de todos los pueblos, la libertad, que hace aglomerar sobre un solo rio millares y millares de navíos y vapores, entre cuyos arbolajes y ennegrecidas chimeneas flotan al viento del libre cambio las banderas cosmopolitas que distinguen sobre los mares á todos los pueblos de la humanidad.
Porque little Georgy se había resistido con una tenacidad británica, increíble en sus dos años de edad, a aceptar todos los medios nacionales de transporte que se le había indicado, tales como los brazos de un indio a pie, una canasta sobre una mula, a la que haría contrapeso una piedra del otro costado, un catre llevado a hombros y sobre el cual lo acompañaría su bonne, los brazos del maitre d'hôtel... nada, little Georgy quería ir con su padre, y con su padre fue casi todo el camino, sin que éste, bueno, bondadoso, tuviera una palabra agria contra el niño.
La bandera germánica, sombreada por su faja negra, mezclábase con el bullicioso tricolor de la francesa, la púrpura británica, el verde de la italiana, que parece un reflejo de mar latino, la cruz blanca suiza, las barras y enrejados de las escandinavas y el reventón de cohete rojo y dorado de la española.
Yo soy muy liberal: tal vez más que tú. Hablaba con una firmeza británica de su respeto á la libertad.
En el tiempo de que voy hablando, aportó a Río, como secretario de la Legación de Su Majestad Británica, un inglesito joven y guapo; probablemente tendría ya cerca de treinta años, pero su rostro era muy aniñado y parecía de mucha menor edad.
Después venía el personal auxiliar de la familia: un ayuda de cámara andaluz, que lanzaba un che a cada dos palabras para que no le confundiesen con los de la tierra; una institutriz británica, roja y malhumorada; una doncella gallega, con vestido negro y cuello y puños masculinos; otra de pelo cerdoso, achocolatada de tez, los ojos achinados, oblicuos.
Un grupo de hombres ha permanecido en el andén hasta el último instante mirándolas con mudo respeto: unos en traje civil, de sobria elegancia, esbeltos, bien afeitados, con un monóculo bajo la ceja arqueada, secretarios y agregados de la Embajada británica; otros con uniforme de marino, pero uniforme de batalla, sin faldones, sin dorados, apoyándose en un bastoncillo de paseo, ostentando en la visera de la gorra el reborde de laureles que distingue á los jefes superiores.
No ensayaré hacer una descripcion, ni rápida siquiera, de ese admirable monumento de la grandeza británica y del progreso cosmopolita de la civilizacion moderna. Para adquirir una idea completa del Palacio de Cristal, es preciso estudiarlo muy atenta y minuciosamente por lo ménos durante dos semanas sin cesar.
Y á uno y otro lado se extendía la costa británica, como una cinta mortuoria vastísima, de crespón blanco sobre fondo negro, tendida sobre el regazo del mar, cuyas ondas sollozaban de un modo casi imperceptible.
Palabra del Dia
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