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Actualizado: 11 de junio de 2025
Don Fadrique respondió sólo con un suspiro, con una exclamación inarticulada, que el padre creyó descifrar como si dijese que diez y siete años antes Doña Blanca era muy otra, y que además la misma dureza de su carácter y la briosa inflexibilidad de su genio hacían más vehemente en ella toda pasión, incluso la del amor, una vez que llegaba á sentirla.
Lo falso que es pensar de la mencionada manera se advierte a las claras, considerando que ni el alcalde, ni el ayuntamiento, ni el rey, ni los ministros, ni nadie de cuantos se sobreponen y mandan incurrirían en maldades y harían cosas estúpidas, si no los sostuviese en su maldad y en su estupidez, colaborando con ellos, cuando no la mayor parte, la más activa y briosa de los seres que componen la nación, la ciudad, la villa o la aldea.
Entraba Rafael en el cortijo sobre su briosa jaca, erguido y arrogante como un centauro, y con gran retintín de espuelas y roce de los zajones de cuero, se apeaba en el patio, mientras su cabalgadura golpeaba los guijarros, como si aún desease emprender un nuevo galope.
Antoñona tendría cuarenta años, y era dura en el trabajo, briosa y más forzuda que muchos cavadores. Con frecuencia levantaba poco menos que a pulso una corambre con tres arrobas y media de aceite o de vino y la plantaba sobre el lomo de un mulo, o bien cargaba con un costal de trigo y lo subía al alto desván, donde estaba el granero.
Y en señal que del triunfo quedó ufana, Lo que hasta alli nadie acabó con ella, Del luto se quitó la saboyana. Quedando en cueros tan briosa y bella, Que se supo despues que Marte anduvo Todo aquel dia, y otros dos tras ella. Todo el qual tiempo el escuadron estuvo Mirando atento la fatal ruina, Que la canalla transformada tuvo.
Fue la primera condición, ya cumplida, que una mujer de veinte años, discreta, briosa y apasionada y de la más baja clase del pueblo, viese a los tres mancebos encantados, que son los más hermosos que hay en el mundo, salir desnudos del baño, y que la limpieza y castidad de su alma fuesen tales que no se turbasen ni empañasen con el más ligero estímulo de liviandad.
Lo que más cautivaba a su primo, en Rita, no era tanto la belleza del rostro como la cumplida proporción del tronco y miembros, la amplitud y redondez de la cadera, el desarrollo del seno, todo cuanto en las valientes y armónicas curvas de su briosa persona prometía la madre fecunda y la nodriza inexhausta. ¡Soberbio vaso en verdad para encerrar un Moscoso legítimo, magnífico patrón donde injertar el heredero, el continuador del nombre!
En medio de su pena, pudo tanto aún la briosa mocedad de María Antonia, fortalecida por el modo de vivir, menos duro y penitente que su larga convalecencia le había impuesto, que vino al cabo a encontrarse de nuevo sana y hermosa. Vehemente deseo de volver a ver a D. Jacinto dominó entonces su alma.
Yo te llevaré a la casa.... ¡No quiero, que no quiero!, gritó ella levantándose de un salto, y poniéndose frente a Teodoro, que se quedó absorto al ver su briosa apostura y el fulgor de sus ojuelos negros, señales ambas cosas de un carácter decidido.
A la vara se le llamaba el gobierno de una casa; pero a la mujer briosa, como lo es la cordobesa, más le duele cuando la desdeñan que cuando le pegan: más la quebranta un desaire que una paliza. De todos modos, la mujer cordobesa, como las demás españolas, conserva siempre un manantial purísimo de consuelo para sus sinsabores y disgustos: este manantial es la religión cristiana.
Palabra del Dia
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