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Actualizado: 26 de julio de 2025


Irritado por tanta cobardia è impericia, el Brigadier D. Josè Joaquin de Viana, Gobernador de Montevideo, volò al campamento de Freyre á instarle para que rompiese cuanto antes estas treguas vergonzosas. Las palabras de este bizarro oficial despertaron el valor de sus compañeros, que, bajo su direccion y auspicios, derrotaron en un primer choque

»Rindiose el San Juan, y cuando subieron a bordo los oficiales de las seis naves que lo habían destrozado, cada uno pretendía para el honor de recibir la espada del brigadier muerto. Todos decían: «se ha rendido a mi navío», y por un instante disputaron reclamando el honor de la victoria para uno u otro de los buques a que pertenecían.

D. Bernardo hablaba de él con poco respeto y le trataba con cierto despego: el mismo brigadier, aun queriéndole bien, no se mostraba muy impresionado por aquella famosísima estampa, y solía reprenderle suavemente algunas cosas que llamaba puerilidades.

Ambos poseían el secreto de las minas que debían hacer explosión cuando los patriotas emprendiesen un asalto formal. Ellos conocían en sus manores detalles todo el plan de defensa imaginado por el impertérrito brigadier. La traición de sus amigos y tenientes había venido a hacer imposible la defensa.

Entonces se explicó perfectamente aquella sonrisa triunfal del brigadier cuando al abrazarle en el colegio de la Merced le decía: «¡Ya sabrás lo que te quiere tu padre... ya lo sabrásEl pleito, como era lógico, no pudo prosperar; la soberbia madrastra se vio precisada a desistir, aunque guardando odio profundo, no sólo a Miguel, sino a la memoria de su marido; éste se había vengado cumplidamente de trece años de suplicio.

Así continuó el hijo del brigadier rebuscando argumentos en su cerebro para ocultar los verdaderos móviles de su conducta, que eran el tedio y la vanidad, pasiones asquerosas que la vida cortesana habían despertado nuevamente en su corazón. Julia no apartaba su mirada escrutadora de él, lo cual concluyó por turbarle y obligarle a callar.

Bien, serás lo que quieras; hijo, amante, lo que se te antoje; pero júrame que es puro tu amor, que no hay nada de vergonzoso en esa pasión, que no intentarás nada para profanar este lazo que ha de unir nuestras dos almas para siempre. El hijo del brigadier juró. Su amor era ideal; una ardiente adoración.

Por otra parte, se habían pasado ya bastantes días desde el fallecimiento del brigadier, y el tío Bernardo sólo había ido a hacerle una visita, y en ella no le habló de intereses, ni se dio por entendido del cargo que la voluntad del finado le imponía.

Así, cuando el brigadier, rendido a tanta hermosura, se resolvió a pedir su mano, entregola apresuradamente como si fuera un peso que la molestase: y no reparó en la diferencia de edad, ni en la figura quijotesca del pretendiente, ni en la viudez, ni en el hijo que estaba allá por Madrid: todo era nada comparado con el magno problema que se resolvía: casarse y vivir con boato en la corte.

Yo murmuré sobre el particular algunas palabras al oído del brigadier; el conserje hubo de apercibirse, y empezó á explicarme las maravillas de aquella piedra, como si quisiese tomar á empresa el persuadirme, en honra del difunto cuyas cenizas nos escuchaban.

Palabra del Dia

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