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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Sube, vida perdurable dijo Polo con vocecilla misericordiosa. El borracho se encaramó en el vehículo, arrastrando su saco vacío, y Zaratustra tiró de las riendas, haciendo salir a la mula oblicuamente para ganar el centro del camino. Adiós dijo el trapero . No olvides, Isidrillo, que la abuela te espera.
Al pasar junto al jardín de Páez, la luz de gas que brillaba entre las filigranas de hierro de la verja, en un globo de cristal opaco, le hizo ver su sombra de cura dibujada fantásticamente sobre la polvorienta carretera. Se avergonzó, testigo él mismo de sus locuras; y contuvo el paso. «Debo de estar borracho.
Era el tal, jugador, holgazán, pendenciero, pero, sobre todo, borracho, y con tan mal vino, que su desdichada compañera podía contar las copas que empinaba por los guantazos y empellones que ella recibía luego.
Arturo, quizá sin haber llevado una copa a sus labios, estaba borracho.
Me acuerdo... tenías que hablarme... Habla cuanto quieras. Estaba tan borracho, que se le cerraban los ojos y su voz gangueaba como la de un viejo. Fermín miró al Chivo que, como de costumbre, se había sentado al lado de su protector. Tengo que hablarte, Luis, pero es de algo muy delicado... Sin testigos. ¿Lo dices por el Chivo? exclamó Dupont abriendo los ojos.
El marido, que se llamaba Joaquín, pero a quien nadie conocía en el barrio sino por el mote de Fierabrás, ya anunciaba de muy joven lo que había de ser: calavera, pendenciero y borracho. Por esto quizá se había chiflado por él. Nunca le habían gustado de mocita los hombres formales y laboriosos.
-No la tenga yo en el cielo -dijo el sobrebarbero- si todos vuestras mercedes no se engañan, y que así parezca mi ánima ante Dios como ella me parece a mí albarda, y no jaez; pero allá van leyes..., etcétera; y no digo más; y en verdad que no estoy borracho: que no me he desayunado, si de pecar no.
Estos ataques de la lujuria animal solían ser a las altas horas de la noche, cuando el enamorado salvaje se eternizaba sobre su banco, para esperar la soledad. Fermín estudiaba o dormía. Paula cerraba la puerta de la calle, porque la autoridad le obligaba a ello. No despedía al borracho, aunque conocía su propósito, porque mientras estaba allí hacía consumo, suprema aspiración de Paula.
Borracho del todo nunca lo había estado Bonifacio; un poco más que alegre, sí, aunque no muchas veces; y en tales trances era cuando se le soltaba la lengua un poco, y decía aproximadamente algo parecido a lo mucho que le bullía en el pecho.
Si Fortunato sabe algo, cree algo, nos hundimos». Al dueño de la Cruz Roja se le prohibió oír los golpes que descargaba en la puerta todas las noches el borracho de don Santos. No se volvió a pensar en pedir auxilio a la autoridad. Se compró al sereno y se le dio orden de que evitara el ruido ante todo. Era inútil.
Palabra del Dia
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