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Actualizado: 12 de julio de 2025
Vendí el resto de mi botín, mes garçons, por tantas monedas de oro como cupieron en mi bolsón de cuero y por siete días tuve doce velas encendidas en el altar del bendito San Andrés, porque sabido es que si olvidáis á los santos cuando las cosas marchan bien es muy probable que ellos se olviden de vosotros cuando los necesitéis.
Y no se vaya á creer que este agujero del bolsón patrimonial apenaba al solariego; nada de eso. Seturas pleiteaba con la desdeñosa tenacidad de todo buen montañés, para quien nada supone el bollo cuando se trata del coscorrón; lo propio hizo su padre, muerto gloriosamente de un sofocón á la puerta de la Audiencia, por llegar á tiempo á presenciar la quincuagésima-octava vista del proceso.
Era el famoso Quico Bolsón, el héroe del distrito, un roder con treinta años de hazañas, al que miraba la gente joven con terror casi supersticioso, recordando su niñez, cuando las madres decían para hacerles callar: «¡Que viene Bolsón!» A los veinte años tumbó a dos por cuestión de amores; y después al monte con el retaco, a hacer la vida de roder, de caballero andante de la sierra.
Porque en el bolsón andaba revuelta la plata con el oro. Allí comenzó don Santiago Núñez a funcionar, por entretenimiento, en sus proyectadas especulaciones; y allí, en su propio despacho instaló la Esfinge su pedestal, para hacer media sin parar las manos, acompañar a su marido y distraerse un poco más, observando de reojo lo que en la estancia acontecía.
Y estas cartas, garrapateadas por la sangrienta zarpa de aquel bruto, acabaron por obsesionarle, por obligarle a marchar al distrito. Había que verles después de la paella, hablando en un rincón del huerto; el diputado, obsequioso y amable. Bolsón, cejijunto y malhumorado.
Había que ver cómo le obsequiaban y atendían durante la paella los notables del distrito. «Bolsón, este pedazo de pollo; Bolsón, un trago de vino.» Y hasta los curas, riendo con un ¡jo jo! bondadosote, le daban palmaditas en la espalda, diciendo paternalmente: «¡Ay Bolsonet, qué mal eres!» Por él se celebraba aquella fiesta.
Aquello le olía mal. ¡Bolsón, aún era tiempo! A bajar en seguida; a huir por entre los campos hasta ganar la sierra. Si nada iba con él, podía volver por la noche a casa. Sí, siñor Quico, sí decían las mujeres asustadas. Pero el siñor Quico se reía del miedo de aquellas gentes. Arrea, tartanero... arrea.
Volvió corriendo al huerto, pero antes de llegar, una nubecilla blanca y fina como vedija de algodón se elevó sobre las copas de los naranjos, y sonó una detonación larga y ondulada, como si se rasgase la tierra. Acababan de fusilar a Bolsón.
Como premio por sus atropellos en las elecciones, le había prometido el indulto, y Bolsón, que se sentía viejo y ansiaba vivir tranquilo como un labrador honrado, obedecía al señor todopoderoso, creyendo en su rudeza que cada barbaridad, cada crimen, aceleraba su perdón.
Finalmente, después de haber bailado un buen espacio, el Interés sacó un bolsón, que le formaba el pellejo de un gran gato romano, que parecía estar lleno de dineros, y, arrojándole al castillo, con el golpe se desencajaron las tablas y se cayeron, dejando a la doncella descubierta y sin defensa alguna.
Palabra del Dia
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