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Actualizado: 11 de junio de 2025


Habiendo salido de Bilbao durante la noche, no me fué posible conocer las comarcas vecinas, en la via que conduce á Victoria. Solo pude notar que la carretera, girando por el terreno mas montañoso que puede darse, es una obra superior que prueba que todos los obstáculos naturales se vencen con la voluntad.

Se había incorporado un poco. Sus manos tocaban las rodillas de Ferragut. Quería abrazarse á ellas, y no osaba hacerlo por miedo á que él la repeliese, desvaneciéndose su trágica inercia que le permitía escuchar. Estando en Bilbao supe lo del torpedeamiento del Californian y la muerte de tu hijo... No te hablaré de esto; lloré, lloré mucho, ocultándome de la doctora. Desde entonces la odio.

Los pescadores gritaron «Bilbao será su nombre». Y el gabarrero miraba al pequeño y á las dos mujeres que le escuchaban atónitas, admirando su sabiduría del pasado. El tiempo trajo grandes modificaciones en la familia. Pepe, que había terminado su carrera en compañía de Matías Iriondo, hijo de un vecino, se embarcó en un vapor que hacía viajes á Inglaterra.

Nuestra redención es algo difícil por la continua inmigración de gentes que traen con ellas las malas costumbres de España. Lo peorcito de cada casa, que viene aquí á trabajar y á hacer fortuna. Son intrusos que toman por asalto el noble solar de Vizcaya. Cada vez son más: en Bilbao, hay que buscar casi con candil los apellidos vascongados.

Iriondo no tenía la certeza de ello pero lo presentía. Era un suceso que llevaba preocupada á toda la familia durante la semana. La esposa quería verle atravesar Bilbao, con la cabeza descubierta, en las filas de los devotos. ¡Qué triunfo para la religión!

La mujer lo tiene tonto, y en esto la ayuda el tunantuelo de Urquiola. ¿No sabes la última hazaña de ese pillín?... No la sabrás: todo Bilbao habla de ella, pero á las minas no llegan estas cosas. Y relató á Aresti un suceso digno de la sección de tribunales de un periódico.

Don Luis, vuelva pronto. No olvide que hoy es San José y que le esperan en Bilbao. No haga á su primo una de las suyas. Aresti notó la entonación de respeto con que hablaba la vieja de aquel primo que le había invitado á comer por ser sus días. En todo el distrito minero nadie hablaba de él sin subrayar el nombre con una admiración casi religiosa.

Y luego venían los planetas, gente simpática y buena, pero sin seriedad ni sentido práctico; los calaveras; los que tienen talento, pero maldito en lo que lo emplean; los artistas que hacen cosas muy bonitas que no sirven para nada; los que desprecian el dinero llegando á la vejez sin salir de pobres. ¿Y qué mayor planeta que aquel médico que, pudiendo hacerse de oro en Bilbao, prefería vivir entre los brutos de las minas?

El mundo al que había de volver le parecía lejano, muy lejano. Aquel Bilbao, del que era rey, estaba sin duda en otro planeta con sus agitaciones de lucro, con sus fiebres de egoísmo, de las que no llegaba nada, absolutamente nada, á aquel tranquilo rincón. Estoy bien, Luis: mejor que nunca. La satisfacción que adivino en mi mujer y mi hija, me llena de alegría.

Su primo le miró con ojos interrogantes, como si encontrase en sus palabras cierta ironía. : la vida de familia dijo. Es la que más me gusta. Lástima que en este Bilbao no pueda uno gozarla á sus anchas, libre de influencias extrañas. bien lo sabes, Luis. Y calló, mientras el médico quedaba también silencioso y cabizbajo, como sumido en penosas reflexiones.

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