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De modo que el pobre don Modesto tuvo que resignarse a ser el portador de tan triste embajada, la cual no sólo debía ofender, sino escandalizar a su mística patrona. Mil veces más quisiera decía volviendo a Villamar presentarme delante de todas las baterías de Gaeta, que delante de Rosita, con este no en la boca. ¡Jesús, cómo se va a poner!

Su tenaz fortaleza requería aún la multiplicación de trincheras y baterías que le pusieron la senectud, los achaques, la indigencia, los dolores del alma, como el de la muerte de su hija Gregoria, pobre inocente.

Y esto es concebible, porque en aquel momento, aunque ya no se veía a los aduaneros, se oía el ruido de sus armas y los preparativos de las baterías que armaban. ¡Pues bien! dijo el fraile en su delirio , ¡pues bien! Satanás, sálvanos, ¡porque no puedes ser más que Satanás! ¡, Satanás, sálvanos! gritaron los demás con un acento de terror indefinible.

A la orilla derecha del río y á 34 millas de Reina Regente, se encuentra este fuerte, al que pocas veces pueden llegar los cañoneros. El recinto es amurallado, con 38 metros de lado, construído de mampostería y flanqueado por torretas de planta baja en dos diagonales y dos baterías en las otras dos.

Sólo vivía de noche, a la luz de las baterías escénicas, acompañada en sus pasos y lamentos por la música misteriosa que surgía del abismo orquestal.

Había desplegado, en suma, todas sus baterías, mostrándose a la vez cándida y maliciosa, dulce y arisca, reservada y charlatana, grave y retozona como una loquilla, como niña ligera e insustancial, pero adorable. Al fin Núñez, el capitán Núñez, no pudo resistir a tal graciosa mezcla de inocencia y malicia, y se replegó primeramente, y no tardó luego en rendirse.

Rectángulos de tierra apisonada marcaban el emplazamiento de las baterías enemigas antes de retirarse. Encontró cañones volcados con las ruedas rotas, armones de proyectiles convertidos en madejas retorcidas de barras de acero, conos de materia carbonizada, que eran residuos de hombres y caballos quemados por los alemanes en la noche anterior á su retroceso.

Se veía desembarcando la última vez, enfermo, sin voluntad, anonadado por la trágica desaparición de su hijo. El Mare nostrum llegó á la boca del puerto viejo, teniendo á su derecha las baterías del Faro. Este puerto viejo era el recuerdo más interesante de la antigua Marsella. Penetraba como un cuchillo acuático en las entrañas del caserío; la ciudad se extendía por sus muelles.

Efectivamente, el centro se preparaba a una defensa valerosa, y guarnecía sus baterías, distribuía los regimientos a un lado y otro, agrupando a retaguardia fuerzas considerables de caballería.

Eran muy pocos los cristianos, que entre todos los que se hallaron para poder tomar armas, no llegaban á 800 soldados, y todos flacos y maltratados y consumidos de la hambre y sed y mal que padecían; los demás estaban heridos y enfermos, que serían 1.500 escasamente, y así, dejando en las dos baterías y en toda la otra muralla hasta 200 soldados, con el resto, dos horas antes del día, D. Alvaro, sin haber dicho palabra á los Capitanes, que quería hacer tal efecto de salir fuera, ni menos habiendo antes de eso querido comunicar cosa alguna con nadie ni consentido que ninguno viniese á decille su parecer, haciendo todas las cosas de su cabeza, sin tratallas con algunos, bien que los Capitanes y soldados pláticos entendían que se podía hacer de otra manera mejor que se hacía, y le dejaban hacer por la autoridad que tenía, siendo Coronel de toda la infantería española y Lugarteniente de Su Excelencia, y así cada uno estaba callado, que no osaba hacer otra cosa, y también le valió mucho para esto el crédito que en lo pasado había tenido de buen soldado, según todos dicen.