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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Vista de lejos, destacábase de las viviendas vecinas, como revelando que había en ella más prosperidad. Nadie hubiera reconocido la trágica barraca del tío Barret.

Fué varias veces á Valencia á la casa del amo para hablarle de sus antepasados, de los derechos morales que tenía sobre aquellas tierras, á pedirle un poco de paciencia, afirmando con loca esperanza que él pagaría, y al fin el avaro acabó por no abrirle su puerta. La desesperación regeneró á Barret.

Bien se adivinaba en la arruga vertical hinchada entre sus cejas el propósito firme de hacer polvo al autor de su ruina. Barret se enfurecía cada vez más con el mozo. Llegó á llamarle ladrón porque se negaba á devolverle su arma. No tenía amigos; todos eran unos ingratos, iguales al avaro don Salvador. No quería dormir allí: se ahogaba.

Porque ya no les tenían miedo.... ¿Y por qué no les tenían miedo? ¡Cristo! Porque ya no estaban abandonadas é incultas las tierras de Barret, aquel espantajo de desolación, que aterraba á los amos y les hacía ser dulces y transigentes. Se había roto el encanto.

Algo oyó él de lo que había sucedido en la barraca, de las causas que obligaban á los dueños á conservar improductivas tan hermosas tierras; pero ¡iba transcurrido tanto tiempo!... Además, la miseria no tiene oídos; á él le convenían los campos, y en ellos se quedaba. ¿Qué le importaban las historias viejas de don Salvador y el tío Barret?...

Antes, mucho antes, había sido el propietario de todo aquello un gran señor, que al morir depositó sus pecados y sus fincas en el seno de la comunidad; y ahora ¡ay! pertenecían á don Salvador, un vejete de Valencia, que era el tormento del tío Barret, pues hasta en sueños se le aparecía. El pobre labrador ocultaba sus penas á su propia familia. Era un hombre animoso, de costumbres puras.

Y toda la gente de la huerta, hasta las mujeres y los niños, parecían contestar con sus miradas de mutua inteligencia: «; á verLas plantas parásitas, los abrojos, comenzaron á surgir de la tierra maldita que el tío Barret había pateado y herido con su hoz la última noche, como presintiendo que por culpa de ella moriría en presidio.

Al anochecer, Barret, que estaba como anonadado, y tras la crisis furiosa parecía caído en un estado de sonambulismo, vió á sus pies unos cuantos líos de ropa y oyó el sonido metálico de un saco que contenía sus herramientas de labranza. ¡Pare!... ¡pare! gimotearon unas voces trémulas.

No, Barret, aquello no podía continuar. No lo consentiría; era asunto de buen corazón. Y como le habían hecho proposiciones de nuevo arrendamiento, avisaba á Barret para que dejase los campos cuanto antes. Lo sentía mucho, pero él también era pobre.... ¡Ah! Y por esto mismo le recordaba que habría que hacer efectivo el préstamo para la compra del rocín, cantidad que con los réditos ascendía á....

Y moviendo su herramienta de un lado á otro, buscaba sitio para herir, evitando las manos flacas y desesperadas que se le ponían delante. ¡Pero Barret! ¡hijo mío! ¿qué es esto?... ¡Baja esa arma... no juegues.... eres un hombre honrado... piensa en tus hijas. Te repito que ha sido una broma. Ven mañana y te daré las lla.... ¡Aaay!... Fué un rugido horripilante, un grito de bestia herida.

Palabra del Dia

hociquea

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