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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Este movimiento de la huerta hacia la barraca de su enemigo era una prueba de que Pimentó se hallaba grave. Tal vez iba á morir. Estaba seguro de que las dos balas de su escopeta las tenía aún en el cuerpo. Y ahora, ¿qué iba á pasar?... ¿Moriría él en presidio, como el pobre tío Barret?... No; se continuarían las costumbres de la huerta, el respeto á la justicia por mano propia.

Creyó soñar; chocaron sus dientes, su cara púsose verde, y le cayó la capa, dejando al descubierto un viejo gabán y los sucios pañuelos arrollados á su cuello. Tan grandes eran su terror y su turbación, que hasta le habló en castellano. ¡Barret! ¡hijo mío! dijo con voz entrecortada . Todo ha sido una broma: no hagas caso. Lo de ayer fué para hacerte un poquito de miedo... nada más.

Tan inaudito resultaba esto para el pobre tío Barret, que sonrió con incredulidad. Eso podría ser para los tramposos, para los que no han pagado nunca; pero él, que siempre había cumplido, que nació allí mismo, que sólo debía un año de arrendamiento... ¡quiá! ¡Ni que viviera uno entre salvajes, sin caridad ni religión!

Tiempo quedaba para hablar de lo ocurrido; ahora, á cenar. ¡Qué demonio! No había que gemir tanto por culpa de un tío judío. Si el tal viera todo esto, ¡cómo se alegrarían sus malas entrañas!... La gente de la huerta era buena; á la familia del tío Barret la querían todos, y con ella partirían un rollo si no había más.

Y prestó dinero á Barret, con el insignificante detalle de exigirle una firma los negocios son negocios al pie de cierto papel en el que se hablaba de interés, de acumulación de réditos, de responsabilidad de la deuda, mencionando para esto último los muebles, las herramientas, todo cuanto poseía el labrador en su barraca, incluso los animales del corral.

Calló un buen rato, y al fin comenzó á murmurar tristemente: «Muy mal; él también, en su juventud, había sido atrevido: le gustaba llevar á todos la contraria. ¡Pero cuando son muchos los enemigos!... Muy mal; se había metido en un paso difícil. Aquellas tierras, después de lo del pobre Barret, estaban malditas. Podía creerle á él, que era viejo y experimentado: le traerían desgracia

Si su familia estaba ciega, en las barracas vecinas bien adivinaban la situación de Barret, compadeciendo su mansedumbre. Era un buenazo, no sabía «plantarle cara» al repugnante avaro, y éste lo iba chupando lentamente hasta devorarlo por entero. Y así fué.

Todos reconocían que sus amos habían cambiado al recordar los detalles de su última entrevista con ellos: las amenazas de desahucio, la negativa á aceptar la paga incompleta, la expresión irónica con que les habían hablado de las tierras del tío Barret, otra vez cultivadas á pesar del odio de toda la huerta.

Palabra del Dia

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