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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Cada vez que veía á su marido limpiando los dos cañones del arma, cambiando los cartuchos ó haciendo jugar la palanca para convencerse de que se abría con suavidad, pasaba por su memoria la imagen del presidio y la terrible historia del tío Barret. Veía sangre, y maldecía la hora en que se les ocurrió establecerse sobre estas tierras malditas.
Pero el asesino vagó como un loco por la huerta, huyendo de las gentes, tendiéndose detrás de los ribazos, agazapándose bajo los puentecillos, escapando á través de los campos, asustado por el ladrido de los perros, hasta que al día siguiente lo sorprendió la Guardia civil durmiendo en un pajar. Durante seis meses sólo se habló en la huerta del tío Barret.
Vas á seguir en las tierras.... Pásate mañana por casa... hablaremos. Me pagarás como mejor te parezca. Y doblaba su cuerpo, evitando que se le acercase el tío Barret. Pretendía escurrirse, huir de la terrible hoz, en cuya hoja se quebraba un rayo de sol y se reproducía el azul del cielo.
Estas angustias del tío Barret por satisfacer su deuda sin poder conseguirlo acabaron por despertar en él cierto instinto de rebelión, haciendo surgir de su rudo pensamiento vagas y confusas ideas de justicia. ¿Por qué no eran suyos los campos?
Barret iba detrás, intentando perseguirle, sujeto y contenido por los fuertes brazos de unos mocetones, desahogando su rabia contra aquel bruto que le impedía defender lo suyo. «¡Pimentó»!... ¡Lladre!... ¡Tórnam la escopeta!... ¡Pimentó!... ¡Ladrón!... ¡Devuélveme la escopeta!...
La mujer y las hijas del arruinado labrador fuéronse con unas vecinas á pasar la noche en sus barracas. El tío Barret se quedó allí, bajo la vigilancia de Pimentó. Permanecieron los dos hombres hasta las diez sentados en sus silletas de esparto, á la luz del candil, fumando cigarro tras cigarro. El pobre viejo parecía loco.
Acabaría matando tontamente como el pobre Barret, y muriendo como él, en perpetuo encierro. Era algo fatal: aquellas tierras habían sido maldecidas por los pobres, y no podían dar mas que frutos de maldición.
No sólo dejaban el trabajo, sino que pasaban aviso á todos sus paisanos para que huyesen de ganar un jornal en los campos de Barret, como quien huye del diablo. Los dueños de las tierras pidieron protección hasta en los papeles públicos. Y parejas de la Guardia civil fueron á correr la huerta, á apostarse en los caminos, á sorprender gestos y conversaciones, siempre sin éxito.
Según se amortiguaba el recuerdo de aquella desgracia, la gente parecía arrepentirse de su impulso de ternura, y se acordaba otra vez de la catástrofe del tío Barret y la llegada de los intrusos. Pero la paz ajustada espontáneamente ante el blanco ataúd del pequeño no llegaba á turbarse. Algo fríos y recelosos, eso sí, pero todos cambiaban su saludo con la familia.
Veíanse en esta muchedumbre muchos de los que vivían en las inmediaciones de las antiguas tierras de Barret. Este juicio tardío iba á ser interesante. El odiado novato había sido denunciado por Pimentó, que era el «atandador» de la partida ó distrito.
Palabra del Dia
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