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Actualizado: 24 de junio de 2025


Pero Batiste tenía la cólera firme de los hombres flemáticos y cachazudos, que cuando pierden la calma tardan mucho á recobrarla. ¡A regar! ¡á regar! Y Batistet, repitiendo alegremente las palabras de su padre, cogió los azadones y salió de la barraca seguido de su hermana y los pequeños. Todos querían tomar parte en este trabajo, que parecía una fiesta.

Conocía los procedimientos usuales en la huerta. Para aquella tierra no se había hecho la justicia de la ciudad; el presidio era poca cosa tratándose de satisfacer un resentimiento. ¿Para qué necesitaba un hombre jueces ni Guardia civil, teniendo buen ojo y una escopeta en su barraca? Las cosas de los hombres deben resolverlas los hombres mismos.

Al abrir la puerta de su barraca encontró Sènto un papel en el ojo de la cerradura... Era un anónimo destilando amenazas. Le pedían cuarenta duros y debía dejarlos aquella noche en el horno que tenía frente a su barraca. Toda la huerta estaba aterrada por aquellos bandidos.

Uno de mis remotos abuelos apacentaba sus caballos y construía su barraca colonial donde existen actualmente jardines, monumentos y grandes hoteles. Eran centenares de millones de metros: á una peseta el metro, ¡imagínate, Miguel!

Al ir á Valencia en la mañana siguiente, no le vió; pero por la noche, al emprender el regreso á su barraca, no sentía miedo, á pesar de que el crepúsculo era obscuro y lluvioso. Presentía la aparición del tranquilizante compañero, y efectivamente, le salió al paso casi en el mismo punto que el día anterior. Fué tan expresivo como siempre: «¡Bòna nit!» y siguió andando al lado de ella.

El pastor, tenido por brujo, poseía la adivinación asombrosa de los ciegos. Apenas reconoció á Batiste pareció comprender toda su desgracia. Tentó con el palo la escopeta que estaba á sus pies, y volvió la cabeza, como si buscase en la obscuridad la barraca de Pimentó.

La barraca sufrió una conmoción, y tal desgracia hasta hizo que la familia olvidase momentáneamente al pobre Pascualet; que temblaba de fiebre en la cama. Lloró la mujer de Batiste. Aquel animal alargando su manso hocico había visto venir al mundo á casi todos sus hijos.

Todos los vecinos se levantaron rumiando mentalmente la forma de acercarse á la barraca de Batiste y entrar en ella. Era un examen de conciencia, una explosión de arrepentimiento que afluía á la pobre vivienda de todos los extremos de la vega. Cuando apenas acababa de amanecer, ya se colaron en la barraca dos viejas, que vivían en una alquería vecina.

El ruido lento y monótono que surgía entre los árboles era el de la escuela de don Joaquín, establecida en una barraca oculta por la fila de álamos. Nunca el saber se vió peor alojado; y eso que, por lo común, no habita palacios.

En el atrio, un mendigo se le aproximó, con esa solicitud de todos los parásitos que viven á la sombra de un monumento frecuentado por viajeros. De una barraca, situada junto á la escalinata, en la que se vendían fotografías y objetos piadosos, salieron corriendo dos chicuelas para ofrecerse igualmente. ¿El señor deseaba ver la casa de San Ignacio?...

Palabra del Dia

rigoleto

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