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Actualizado: 22 de junio de 2025


La compañía de García Delgado cantaba el himno nacional y representaba la Flor de un día, de Camprodón. ¡Oh, Flor de un día! ¡Oh, Pavón del teatro dramático español! ¿Por qué mi fantasía excéntrica te ve desaparecer en el pasado, en la misma tumba que tragó los miriñaques y el peinado de bananas? ¿No era Lola la más encantadora y la más romántica de las mujeres? ¿No tenía Diego el contorno poético del amante y el Marqués de Montero la estampa grave de un barítono de zarzuela triste?

Tendría gracia. Ella no estaba segura de no escaparse con el barítono cualquier día.

Pero observé al cabo de pocos días que, aunque tomaba y soltaba con indiferencia distintos trozos de ópera y zarzuela deshaciéndolos y pulverizándolos entre resoplidos y gruñidos, el pasaje que con más ardor acometía y más a menudo, era uno de Los Puritanos; me parece que pertenecía al aria de barítono en el primer acto.

Maza trataba de convencerles de que no había habido semejantes pérdidas, que todo era una superchería. ¡No es verdad, no es verdad! Ya que has llegado ayer. Vienes bueno: me alegro... ¡Repito que miente! ¿A que no se atreven a decírmelo a ? Seis mil reales han perdido en las treinta funciones, según los datos que me presentó el barítono apuntó don Mateo. Maza rechina los dientes.

Algo parecido sucede con lo poco que canta, con una hermosa voz de barítono; y otro tanto con su conversación: ya no se corta delante de ... ¡y si vieras qué bien habla y con qué expresión tan interesante, cuando se deja ir confiado en sus propias fuerzas!

El vencedor de los infieles era el barítono Minghetti, que lucía dos espuelas como dos soles, y tenía un vozarrón tremendo, no mal timbrado y lleno de energía. En vano la Reina le pedía perdón, colgándosele del cuello, previo el despejo de la sala, cubierta de coristas, todos ellos viles cortesanos. El barítono no transigía; huía de los brazos de la Reina y llamaba a gritos a la otra.

Cada vez que Minghetti volvía a la escena, la de Reyes ensayaba la repetición del lance que tan bien le había sabido, y las más veces con buen éxito; pues, fuera casualidad, o que el cantante tuviera la costumbre de mirar mucho a los palcos y fijarse en quien le admiraba, y coquetear en toda clase de papeles y circunstancias escénicas, ello fue que el placer solicitado por los gemelos de Emma se renovó en varios trances de los más serios y apurados de la ópera; y eso que el barítono no cesaba de regañar con la Reina, siempre desesperado por la huida a Francia de la otra.

Al cabo de poco tiempo una voz fresca de barítono entonó con pausa las primeras notas graves de uno de los cantos del país. Laura dejó reposar el lápiz: le parecía conocer aquella voz y aquel canto. Sintió vibrar en su corazón los ecos perdidos de aquella balada triste y monótona como todas las que resuenan en los valles del Norte.

Lo cierto era que la historia del barítono, desfigurada por él en su narración cuando le convino, podía resumirse en lo siguiente: Cayetano Domínguez era natural de Valencia; había asistido en su infancia a los azares de la miseria, que aspira a convertir en industria la holganza y no lo consigue, sino con intervalos de negras prisiones y en perpetua lucha con el Código penal y los agentes de su eficacia.

En Barcelona llamó su voz la atención de un maestro; se podía sacar partido de ella enseñándole música, lo que se llama música; se aplicó de veras al estudio, dejó por algunos años el teatro, vivió de no se sabe qué recursos, tal vez a costa del amor chocho; y se le vio de posada en posada, de fonda en fonda, despertando a los huéspedes con gárgaras de barítono que ensaya la voz y no deja dormir los músculos de una poderosa garganta.

Palabra del Dia

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