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Actualizado: 15 de junio de 2025
Aquí tengo el santísimo bálsamo -y enseñábale la alcuza del brebaje-, que con dos gotas que dél bebas sanarás sin duda. A estas voces volvió Sancho los ojos, como de través, y dijo con otras mayores: ¿Por dicha hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? Guárdese su licor con todos los diablos y déjeme a mí.
Aquí, donde tú me ves, estoy en camino de hacer fortuna, por haberme encontrado hace seis meses a un viejo y canallesco nigromante, a un tipo astuto, a un hombre extraordinario... ¡al profesor Bálsamo...! BEAUVALLON. ¡Calla...! ¡Yo conozco ese nombre...!
Que la mujer es ángel de la tierra Que Dios creó para hermosear el mundo, Para que en medio del dolor profundo Dé al corazon el bálsamo de paz. Tú no comprendes hoy estas palabras Mientras duermes tu sueño de inocencia, Mas cuando brille en tí la inteligencia Mis versos con amor estudiarás.
Sin duda, este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca. Pero, reparando un poco más en ello, echó de ver en la color, sabor y olor, que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas.
De aquel filántropo, que ofrendó á la caridad un inolvidable y largo poema de buenas acciones, heredó su hijo la delicadeza sentimental, la exaltada ternura femenina que aroman toda su obra y ponen en cada una de sus estrofas la fragancia de una lágrima y el bálsamo evangélico de una caricia. Nació Edmundo Rostand en Marsella en 1868.
El licor se ha derramado, pero lo más sustancial y rico que en él había quedará para siempre en el fondo del vaso e incrustado en sus paredes interiores, y trocará en miel el acíbar que en él se ponga, y en bálsamo el veneno. PRATYAPATY. Me tranquilizo al notar que el amor que tienes a Sidarta te da energía para sufrirlo todo.
Esta criatura, blanca y silenciosa como un copo de nieve, que poseía la fragancia de los lirios, la inocencia de las palomas, la dulzura melancólica de una noche de luna, esparcía sobre su alma, atormentada por el remordimiento, un bálsamo que la refrescaba deliciosamente. ¡Cuántas veces, teniéndola entre sus brazos, se preguntaba sorprendido cómo un ser tan inocente, tan puro, tan divino, pudiera ser hijo del pecado!
Aquí, los numerosos parroquianos que llenaban la tienda de Flores se echaron a reír tan fuertemente, que el barbero se puso rojo de cólera. ¡Hijo de Satanás! murmuró mientras aplicaba su benéfico bálsamo sobre la herida sangrienta.
A su hospitalidad acudían lo mismo por blanco pan el miserable que el alma desolada por el bálsamo de la palabra que acaricia. Su corazón reflejaba, como sensible placa sonora, el ritmo de los otros. Su palacio era la casa del pueblo. Todo era libertad y animación dentro de este augusto recinto, cuya entrada nunca hubo guardas que vedasen.
De esta historia tomó también Don Quijote la receta de su bálsamo incomparable, defendiendo el crédito que merece con las palabras siguientes: «¿Porque qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir á otro que no fué verdad lo de la infanta Floripes y Guido de Borgoña; y lo de Fierabrás con la puente de Mantible, que sucedió en tiempo de Carlomagno, que, voto á tal, que es tanta verdad como es ahora de día?» El arreglo más antiguo de la tradición de Fierabrás es la poesía provenzal, copiada de un manuscrito, y publicada por Emmanuel Becker en 1830.
Palabra del Dia
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