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Actualizado: 21 de julio de 2025
Al instante comenzó á llorar hilo á hilo quejándose amarguísimamente de su hermana Pacha, que aquella noche la había castigado con inusitado rigor en su misma cama, sólo porque Regalado había ido á tocar la flauta delante de su casa. Unos azotitos, ¿verdad? preguntó D. Félix pugnando por no reir. No; azotes no respondió inocentemente la coja.
De mí te sé decir que si quisieras paga por los azotes del desencanto de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal como buena; pero no sé si vendrá bien con la cura la paga, y no querría que impidiese el premio a la medicina. Con todo eso, me parece que no se perderá nada en probarlo: mira, Sancho, el que quieres, y azótate luego, y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos.
Otras veces, recordando ciertas mañas, usos y costumbres que había tenido en su venturosa y libre niñez, sentía el prurito de agarrar a aquella señora y, según solía hacer in tilo tempore con otras niñas de su edad y aun mayores, alzarle las faldas y darle una buena mano de azotes.
Manín habrá visto bien por todos lados a Concha. ¿Verdad, Manín, que la has visto cómodamente? Avanzó unos pasos. La niña retrocedió asustada. No tenga miedo, señorita. Tranquilícese usted, señorita. Yo no vengo aquí a azotarla. Eso de los azotes es muy antiguo. ¡Quién se acuerda ya de azotes!
Montenegro rió ante la tristeza del aperador. ¡Pero cómo ponía el amor a los hombres! Daba ganas de propinar unos cuantos azotes a aquel mozo, como si fuera un niño grandullón y enfurruñado. No, Fermín; por tu salú te lo pido. Haz algo por mí; ve en seguida y sacarás un alma de pena. Nada te dirán en el escritorio: esos señores te quieren; eres su niño mimao.
Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de docientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora!
Parece que en la prisión, como su espíritu era inquieto y turbulento, traía siempre revueltos á los demás presos, gente de la hería, nada pacífica ni sosegada, y esto dió motivo á que, denunciado por blasfemo horrendo, saliese un día por las calles de Sevilla á sufrir los infamantes azotes; y no quedó aquí el castigo, sino que la Inquisición lo reclamó y le hizo á fin de 1699 salir en auto público, encorozado y con una mordaza, enviándolo luego á sufrir seis años de galeras.
Es verdad que se apodera en Tucumán de ganados, cueros, suelas, e impone gruesas contribuciones en especies metálicas; pero aun no hay azotes a los ciudadanos, no hay ultrajes a las señoras; son los males de la conquista, pero aun sin sus horrores; el sistema pastoril no se desenvuelve sin freno y con toda la ingenuidad que muestra más tarde.
No: así son los pueblos; así es el hombre cuando se ha perdido toda conciencia del derecho, cuando la fuerza brutal se desencadena. ¿Qué hace el niño cuando su padre, enfurecido, se venga despedazándolo a azotes? Llora y se somete, porque no hay en la tierra apoyo para su derecho.
Si te mandaran, ladrón desuellacaras, que te arrojaras de una alta torre al suelo; si te pidieran, enemigo del género humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras; si te persuadieran a que mataras a tu mujer y a tus hijos con algún truculento y agudo alfanje, no fuera maravilla que te mostraras melindroso y esquivo; pero hacer caso de tres mil y trecientos azotes, que no hay niño de la doctrina, por ruin que sea, que no se los lleve cada mes, admira, adarva, espanta a todas las entrañas piadosas de los que lo escuchan, y aun las de todos aquellos que lo vinieren a saber con el discurso del tiempo.
Palabra del Dia
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