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Actualizado: 18 de julio de 2025
Sin embargo, doña Martina, que estaba realmente enojada, al cabo de pocos minutos llamó al ayo de los niños para que subiera a acostarlos, y ordenó al lacayo que condujese a Miguel a su casa. El chico se despidió, todavía confuso, de la tertulia, y dejó la casa de su tío, situada en la calle del Prado, y se fue paso entre paso con el lacayo hasta la suya, que estaba en la del Arenal.
El ayo volvió a mirar compungidamente a la Condesa, pintando en sus húmedos ojos la persuasión de que no había instruído al mayorazgo en tales iniquidades, y D.ª María reprendió a su hijo con majestad verdaderamente regia, diciéndole con pausa y aplomo estas amargas palabras: Hijo mío, recordarás que te entregué una espada que fué de tus abuelos.
Primero como ayo instructor del arte militar de una persona real; miembro después de algunas comisiones científicas, y empleado últimamente en el ministerio de la Guerra, cultivando la amistad de todos los personajes políticos; diputado varias veces; senador por fin y ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, no había estado en el campo de batalla sino persiguiendo a un general revolucionario, y eso con firme propósito de no alcanzarle nunca.
El álbum, claro está, no se lleva en la mano, pero se transporta en el coche; el álbum y el coche se necesitan mutuamente: lo uno no puede ir sin lo otro; es el agua con el chocolate; el álbum se envía además con el lacayo de una parte a otra. Y como siempre está yendo y viniendo, hay un lacayo destinado a sacarlo; el lacayo y el álbum es el ayo y el niño. ¿De qué trata?
Una o dos veces por semana venían a visitar a su prima Beatriz, llegando por los caminos como demonios a todo lo que daban sus rocines, y seguidos, de muy lejos, por un ayo que taloneaba rabiosamente la mula entre la blanca polvareda.
Si quisieras acompañarme... ¡Diantre con el niño, y si supiera él qué buenas noticias le traigo, cómo se apresuraría a venir a mi encuentro! ¿Qué noticias, Sr. D. Francisco? ¿Se pueden saber? pregunté, disponiéndome a acompañar al ayo por el campo de batalla. ¡Noticias estupendas y que le harán saltar de gozo!
La verdad del cuento es que aquel maestro Elisabat, que el loco dijo, fue un hombre muy prudente y de muy sanos consejos, y sirvió de ayo y de médico a la reina; pero pensar que ella era su amiga es disparate digno de muy gran castigo. Y, porque veas que Cardenio no supo lo que dijo, has de advertir que cuando lo dijo ya estaba sin juicio.
Todo lo que usted me decía anteayer, cuando íbamos de camino por aquí, me tenía encantado, y le juro que si no estuviera en vísperas de casarme y fuera preciso seguir con ayo, le diría a mi señora madre que me le pusiera a usted en lugar de D. Paco, el cual bien se me alcanza que no me ha enseñado más que gansadas y tonterías.
Una vez arriba, el ayo informó a los viajeros de lo que ocurría, y pasando adentro las tres señoras, el diplomático se quedó con don Paco en el comedor. Aquí estamos consternados, Sr. D. Felipe dijo el ayo . Y si mi amo no parece, el mundo habrá perdido en el fragor de horripilante batalla a un joven que prometía ser gran filósofo y que ya era insigne calígrafo.
¡Pero si don Rodrigo Calderón no pasa de ser el humilde secretario del duque de Lerma!... Don Rodrigo lo es todo. Sólo tiene un rival... rival que con el tiempo le matará, si don Rodrigo no le mata antes á él. ¿Y quién es ese rival? Don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, caballerizo mayor del rey y sobrino de don Baltasar de Zúñiga, ayo del príncipe don Felipe.
Palabra del Dia
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