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Agárrate a , que yo veo en lo negro como las lechuzas». Atravesaron un antro. Encarnación empujó una puerta. Halláronse en extraño local de techo tan bajo que sin dificultad cualquier persona de mediana estatura lo tocaba con la mano.

En la vida de su hermano había ocurrido algo grave durante su ausencia: uno de estos sucesos que disuelven las familias y separan para siempre a los que sobreviven. Atravesaron la galería cubierta del arco del Arzobispo y entraron en el claustro alto, llamado las Claverías: cuatro pórticos iguales en la longitud a los del claustro bajo, pero desnudos de toda decoración y con un aspecto mísero.

Cambiáronse apuestas a discreción respecto al resultado: Tres contra cinco que Sal saldría con bien de la cosa; además, también apostose que viviría la criatura y se atravesaron apuestas aparte sobre el sexo y complexión del futuro huésped. En lo más recio de la animada controversia, oyose una exclamación de los que estaban más cercanos a la puerta, y todo el mundo aguzó los oídos.

Como deseaba al mismo tiempo desembarazarse de ellos, se dirigió á la orilla del mar y, echando atrás su brazo para que el impulso fuese más grande, los arrojó en el vacío. Lo mismo que dos piedras atravesaron la obscuridad, perdiéndose sus lamentos en el sonoro chapoteo de su caída. Lo que hizo el Gentleman-Montaña para que Popito no llorase más

Feli, te esperaba porque necesito hablarte, porque deseo que charlemos sin prisa. Tengo que decirte cosas importantes. Los dos atravesaron la calle, saliéronse de ella, y sin darse cuenta de lo que hacían, se internaron en los campos, siguiendo la linde del tercer depósito, hacia el cementerio de San Martín, que alzaba en el fondo su masa de cipreses.

Y para no estorbar al grande hombre, huyó, trémulo por la noticia, pensando en sus hijos y en lo que diría su mujer. Los nuevos clientes de don Ramón atravesaron la oficina tan conmovidos como el otro. ¡Aquel hombre era un santo!

El tumulto de que poco antes hablé, continuaba más reciamente, y algunas personas atravesaron a toda prisa la plazuela. Entre éstas vi un hombre, un caballero que azorado y con miedo corría, volviendo la vista atrás, deteniéndose a cada dos pasos, y vacilando luego sobre qué dirección tomaría.

Guarecidas de la lluvia ama y criada, atravesaron la plaza por uno de sus flancos, internándose después por una calle estrecha, larga y solitaria. Los honrados habitantes dormían el sueño dulce de la mañana.

El Mosco notaba el jadear de sus compañeros, la fatiga que sentían en las cuestas obscuras, cuyos pedruscos sueltos rodaban bajo sus pies. ¡Animo! les decía . Ya me lo esperaba yo: sois de ciudad y no estáis acostumbrados a andar. ¡Pero si esto es un paseo!... Atravesaron el arenoso lecho de dos torrentes secos.

Iba presa de una emoción indefinible, murmurando incesantemente: «calle de la Pasión... una casita baja, de revoque amarillo... que hace esquina...» Atravesaron la calle de Toledo, entraron en la de los Estudios, anduvieron toda la del Cuervo y, al llegar a la Plazuela del Rastro, preguntó Paz a una mujer dónde estaba la Ribera de Curtidores, con propósito de seguir adelante, hasta encontrar la esquina de la calle de la Pasión.