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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Desaparece el Caballero en la sombra. Las dos mujeres, asustadas, no se atreven a seguirle. Por algunos momentos se oyeron pasos en la soledad de la calle. ¡Huecos y resonantes pasos! El Caballero baja a la playa. El viento bordonea en el mar.
Y echándome al mismo tiempo los brazos al cuello, comenzó a darme sonoros besos en las mejillas, diciendo: Rico mío. ¿No es verdá que eres mi mariíto? ¿No es verdá que soy tu mujersita? ¿No es verdá que estamos casaos? ¡Di, corasón! ¡Di, vidita! Mientras trataba, avergonzado, de huir sus caricias, oí exclamaciones de reprobación y vi que las monjitas escapaban asustadas hacia la puerta.
Y paseaba su belleza de rubia fina con carnes de porcelana por los colmados y ventorrillos, tratando con una fraternidad exagerada a los cantaoras y rameras que intervenían en las juergas, exigiendo que la tuteasen, y riendo con nerviosa alegría de borracha cuando los hombres, embrutecidos por el vino, sacaban las navajas y las hembras se apelotonaban asustadas en un rincón.
A pesar de las órdenes del capitán, la noticia se había filtrado á través de la severa consigna, circulando por los camarotes. Subían las familias enteras, asustadas de la calma que reinaba en el buque, arreglándose las ropas con precipitación, pugnando los más por ajustar á sus cuerpos los salvavidas, que ensayaban por primera vez. Los niños gemían, aterrados por la alarma de sus padres.
Lanzábanlo con grande fuerza sobre las damas que pasaban, y asustadas ellas con el ruido, encogíanse prontamente, levantando la cabeza; entonces, si eran jóvenes y bonitas, arrojábanles una lluvia de dulces y flores; si eran viejas o feas, sacábanles la lengua con la mayor insolencia.
La concurrencia se atracaba de huevos cocidos. Partíanlos en la frente del vecino, a pesar de las muchas precauciones que se adoptaban para evitar esta broma tradicional; y eran de ver las señoritas tapándose la cara con las manos, chillando como gallinas asustadas, por miedo a que les golpeasen encima de las cejas, y los aplausos y vivas con que se acogía la travesura de alguna joven cuando era ella la que agredía a los audaces pollos.
Parece que Pablo, en la noche del día 23, burlando la vigilancia de sus custodios, y merced a su conocimiento del lugar y a su agilidad montañesa, pudo escaparse de su prisión, que era la casa municipal, donde la tropa se había acuartelado, y corrió a la casa de Carmen: llamó a ésta y a la madre, que asustadas, acudieron a la puerta a saber qué quería.
Ocurrió el contratiempo grave de que mientras Ponte llamaba con nerviosa furia, decidido a romper la campanilla, subió Hilaria de la calle y abrió con el llavín, y ya no fue posible cortar el paso al intruso, que se precipitó dentro, presentándose ante las asustadas señoras con el sombrero metido hasta las orejas, blandiendo el bastón, la ropa en gran detrimento y manchada de tierra y lodo.
Tal vez Charito le haya dicho ya que soy incapaz de hacer feliz a un hombre. Se detuvo un momento, presa de una alteración cada vez más visible, y llamó gritando a Charito. Esta y Lucía acudieron asustadas. Dime, Charito, ¿no es cierto que soy mala? ¿Te parece que soy capaz de un amor realmente puro, te parece que soy capaz de constancia? Sé sincera, Charito, no te quedes callada.
¿Por qué no se viene usted conmigo a elegirlas? Y Artegui presentó a Lucía su toca. Los escrúpulos de la niña se volaron como un bando de asustadas codornices, y algo vergonzosa, pero más contenta, se colgó del brazo de Artegui prontamente. Veremos las calles, ¿verdad? exclamó entusiasmada.
Palabra del Dia
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