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Allá en lo alto se oía, interrumpiendo el silencio de la noche, el ruido producido por las banderas del castillo flotando al viento o golpeando sus astas. En una de éstas, ondeaba el estandarte del Duque y sobre él la real insignia, el pabellón de Ruritania. Y nos acostumbramos tan pronto a todo, que me costó algún esfuerzo convencerme de que ya no ondeaba, como hasta entonces, en honor mío.

Mantúvose con la garrocha bajo el brazo, como un picador, y la clavó en el cuello del toro, que avanzaba mugiente con el testuz bajo. Se enrojeció la enorme cerviz con un raudal de sangre, pero la fiera siguió avanzando en su arrollador impulso, sin sentir que se agrandaba la herida, hasta que metió las astas bajo el caballo, sacudiéndolo y separando sus patas del suelo.

Pero cuando en lugar de los cabellos de la Ninfa, vió, atropellando las enmarañadas árgomas, madreselva, espinas, zarzas, juncias y ortigas, las afiladas astas de un novillo de cuatro años, descendiendo de la sublime región adonde se había elevado con sus pensamientos, á la clásica morada de los revolcones y de los ojales en la piel, despojóse hasta de sus libros para mayor desembarazo, y no paró de correr hasta la portalada de los Seturas.

Pedro Meñique y la viuda del Cevil reconocieron, contristados, las astas de las reses que respectivamente les habían pertenecido, y de cuya muerte ya tenían noticias, aunque vagas, antes de la llegada de la cabaña. En seguida preguntó el alcalde si había algún vecino que tuviera que hacer daque cargo á los pastores.

A las tres y media Federico se alzó sobre sus estribos y lanzó una exclamación. Al través de rasgadas nubes brillaban las estrellas, y frente a él, más allá de la llanura, se alzaban dos agujas, dos astas de banderas y una silueta de objetos negros escalonados. Federico sacudió sus espuelas y blandió su riata.

A estas señales de vida, el toro volvía a la carga, hiriendo de nuevo con sus fieras astas los miembros destrozados, aunque palpitantes todavía, de su víctima.

Unos cuantos hombres, manchados de sangre y empolvados, se agitan como demonios, con la tenacidad de la petulancia, sobre cadáveres ambulantes que arrastran ó sacuden en un movimiento de agonía todos los intestinos que las astas de la fiera han destrozado y hecho brotar por anchas heridas.... caballos que fueron martirizados en esa situacion durante una hora!

Lo más que pudo hacer, fue separarse para eludir el primer impulso de su adversario. Pero aquel animal no seguía, como lo hacen comúnmente los de su especie, el empuje que les da su furioso ímpetu. Volvióse de repente, se lanzó sobre el matador como el rayo y le recogió ensartado en las astas: sacudió furioso la cabeza y lanzó a cuatro pasos el cuerpo de Pepe Vera, que cayó como una masa inerte.

Así es que no se encarnizó en este primer ataque, sino que embistió al segundo picador. Este no le aguardaba tan prevenido como su antecesor, y el puyazo no fue tan derecho ni tan firme; así fue que hirió al animal sin detenerlo. Las astas desaparecieron en el cuerpo del caballo, que cayó al suelo.

Se le acusa de impuros manejos; esto ¿quién lo ignora? en el banco A tiene puestos tales fondos, y ahora va á hacer otro tanto en el banco B. En verdad que roba de una manera demasiado escandalosa, pero mire V., esto es ya tan comun...., y ademas, cuando le acusan nuestros adversarios, no es menester que uno le deje en las astas del toro. ¿No sabe V. la historia de ese hombre? pues yo le voy á contar á V. su vida y milagros ...» Y se os refieren sus aventuras, sus altos y bajos, y sus maldades ó miserias, ó necedades, y desde entónces ya no padeceis ilusiones, y juzgais en adelante con seguridad y acierto.