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¿Y usted? pronunció Perico, con unos asomos de galantería a que le incitaban el anochecer, el marido caminando delante y sus inveteradas malas mañas . Y usted, joven y bonita como es, ¿por qué no viene al Casino?

Recibiole D. José Relimpio con ciertos asomos de severidad, dándole una palmada en el hombro y diciendole: «Hombre, veremos cómo te portas ahora». Pero D.ª Laura, implacable y fiera, dijo que Mariano no se sentaría a su mesa, aunque bajase Cristo a mandarlo.

El jefe de los otros, pillastre de patente, con más asomos de bozo que de vergüenza y que se llamaba Pipa, sacando por algunos hilos que se escapaban de la camisa del primero la madeja que ocultaba, cortóle sus vuelos, y echando la zarpa al bulto, dijo, guiñando el ojo á los suyos: Arría en banda, Cafetera.

La admiraba, como a su pesar; la tenía por una perdida a la alta escuela... y esto mismo la atraía, a pesar de ciertos asomos de envidia con que iba mezclada la admiración.

Con dos guías tan complacientes y tan expertos como los míos, pronto conocí las principales sendas, cañadas y desfiladeros, la fauna y la flora de los montes más cercanos del contorno; perdí el miedo que me infundían los «asomos» u orillas descubiertas de los precipicios, siendo de advertir que allí no hay camino chico ni grande que no sea un asomo continuado, y adquirí la soltura y la fortaleza de que mis piernas carecían al principio para soportarme lo mismo en las cuestas arriba que en las cuestas abajo; es decir, siempre que andaba, porque es la pura verdad el dicho corriente en el lugar, de que en aquella fragosa comarca no hay otra llanura que la sala de don Celso.

Pues, a fe de bueno, que no he dicho yo mal de ningún encantador, ni tengo tantos bienes que pueda ser envidiado; bien es verdad que soy algo malicioso, y que tengo mis ciertos asomos de bellaco, pero todo lo cubre y tapa la gran capa de la simpleza mía, siempre natural y nunca artificiosa.

Era además golosa, muy golosa, capaz de comerse una fuente de confites sin asomos de indigestión. Pero no habían de ser fabricados por las monjas: por extraña contradicción con sus piadosas inclinaciones, odiaba todo lo que olía a convento. Pues por esta mujer estrambótica, bien podemos decir loca, fue educado el actual conde de Onís. Su carácter se resintió muchísimo.

Así como en las mujeres de su edad se anuncian por asomos de contornos turgentes las elegantes líneas del sexo, en el acólito sin órdenes se podía adivinar futura y próxima perversión de instintos naturales provocada ya por aberraciones de una educación torcida.

Estaba molido; sus piernas entumecidas negábanse a obedecerle, y la debilidad y el cansancio le producían, en ciertos momentos, algo así como asomos de vértigo. Toda la feria adquiría un aspecto fantástico alumbrada por las bengalas, que tan pronto la coloreaban de alegre rosa como daban a las personas un tinte lívido.

El Magistral al recordar este pasaje del discurso del Arcipreste se acordó también de que él se había puesto como una amapola. «¡Lo mejor será que ustedes se entiendan!». En esta frase que don Cayetano había dicho sin asomos de malicia, encontraba don Fermín motivo para meditar horas y horas. Toda la noche había pensado en ello.