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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El señor Aubry, que lo apreciaba cada día más, concluyó por nombrarlo subdirector para procurarse algún descanso. El señor Aubry no tuvo que arrepentirse de su determinación; comprobó muy pronto que Juan poseía dotes naturales que no se adquieren fácilmente: cualidades de iniciativa y grandes condiciones de administrador.
El casamiento había sido en Londres, uno de esos matrimonios rápidos como se ven en las cintas cinematográficas, y para el cual sólo son necesarios un sacerdote que lea el libro santo, dos testigos y algunos papeles examinados á la ligera. Acabó el español por arrepentirse de tantas dudas.
Acudieron los nuestros á visitarle, persuadidos á que también á éste como á otros la tribulación le habría abierto los ojos para arrepentirse de su pecado; pero sorprendido de un accidente y sintiendo que se le acababa la vida, llamó á sus parientes y amigos y les dijo: «Verdaderamente, hermanos míos, que soy desgraciado é infeliz, pues por mis delitos pasados estoy condenado á arder para siempre en las penas eternas del infierno.
Me confesaré, y en paz. No basta; es necesario arrepentirse y hacer propósito de no volver a pecar. ¡Es difícil, hermana! Pues yo no quiero darle ocasión. Adiós. Y se alejó corriendo; mas a los pocos pasos volvió la cabeza, y haciendo una mueca expresiva, sin dejar de correr, me dijo: Tenemos a la madre enferma, ¿sabe?
Su hijo heredó igualmente el espíritu de persecución, y se hizo tan conspícuo en el martirio de las brujas, que bien puede decirse que la sangre de éstas ha dejado una mancha en su nombre. Ignoro si estos antepasados míos pensaron al fin en arrepentirse y pedir al cielo que les perdonara sus crueldades; ó si aún gimen padeciendo las graves consecuencias de sus culpas, en otro estado.
Según se amortiguaba el recuerdo de aquella desgracia, la gente parecía arrepentirse de su impulso de ternura, y se acordaba otra vez de la catástrofe del tío Barret y la llegada de los intrusos. Pero la paz ajustada espontáneamente ante el blanco ataúd del pequeño no llegaba á turbarse. Algo fríos y recelosos, eso sí, pero todos cambiaban su saludo con la familia.
Su santo sólo hablaba la lengua de Valencia, y había corrido media Europa predicando á muchedumbres de idiomas diversos, haciéndolas llorar de mística emoción y arrepentirse de sus pecados. Mientras Ferragut tuviese el mando, él se quedaba. Si no le quería de cocinero, sería marmitón, fregaría las ollas. Lo importante era seguir pisando la cubierta del buque. El capitán tuvo que acceder.
Le fué imposible reconocerlos, y á pesar de ello, tuvo la certeza de que eran los enemigos vistos en el bar. Su buque estaba lejos, junto al muelle más desierto á aquellas horas. «Has hecho una tontería», se dijo mentalmente. Empezó á arrepentirse de su audacia; pero ya era tarde para volver atrás.
¿Fue ternura repentina, de la que se creía incapaz, o vergonzosa abdicación de sus principios y presagio de mayores debilidades? Nadie le culpe. ¿Cómo ser cruel con una mujer que, lejos de echar en cara los favores otorgados, ni arrepentirse de ellos, ni solicitar cosa alguna para lo porvenir, se limitaba a pedir lealtad?
Esto, aunque frecuente, es bellaquería de marca mayor, que nunca debe disculparse: pero menos disculpa tiene el arrepentirse por tan desmañada manera, que el galán a quien quiere casar su enamorada, mate a disgustos o poco menos, así a dicha enamorada como a la novia que le ha buscado.
Palabra del Dia
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