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Los dos millones escasos de habitantes que permanecieron quietos en sus casas, sin dejarse arrastrar por el pánico, habían acogido con grave serenidad la victoria. Ninguno se explicaba con exactitud el curso de la batalla: vinieron á conocerla cuando ya había terminado.

Porque si bien entre los hombres es frecuente, entre los perros no lo es tanto. Y no sólo se le declaró enemigo irreconciliable, sino que logró arrastrar á otro sujeto con quien no había tenido en la vida reyerta alguna, el perro de Tomasón el molinero. Tanto le odiaba el uno como el otro. No sorprenderá, pues, que Talín caminase nervioso como su amo, aunque por diferente motivo.

Y, al día siguiente, el pobre viejo satisfacía los antojos de aquella insaciable criatura, trayéndole el collar de perlas que se exhibía en una de las joyerías más famosas de la calle de Florida, y ella, mimosa como una gata, se arrellanaba en su victoria, se cubría de pieles y se hacía arrastrar a Palermo para deslumbrar y humillar con su hermosura y su lujo a todas las mujeres de mundo que encontraba en su camino.

La pobre Concha cayó en sus brazos por generosa y amante, no por interesada. Fue una luna de miel. Romadonga, en la alegría de su conquista, se dejó arrastrar a mil delicadas atenciones, demostrando cerca de ella una asiduidad que rara vez había tenido con otras. Iba a su casa dos o tres veces al día; apenas salía de allí.

Pero se dejó arrastrar por esa propensión general de los dramáticos españoles, de escribir mucho y variado, y de aquí que compusiese crecido número de comedias medianas y malas, costando trabajo creer que haya sido su autor el ingenioso poeta, á quien se deben El desdén con el desdén y El valiente justiciero.

Dices que no comprendes cómo esa Elena, que te había pintado tan piadosa y cándida, se ha dejado arrastrar a una intriga más o menos galante. No te falta nada para decir que la calumnio. ¡Como si las apariencias no fuesen con frecuencia engañadoras! ¡Como si el corazón de las mujeres no fuese desde la cuna un abismo de misteriosa perversidad y de instintiva perfidia!

Rugía con creciente ira el viento, y la tronada se había situado sobre los Pazos, oyéndose su estruendo lo mismo que si corriese por el tejado un escuadrón de caballos a galope o si un gigante se entretuviese en arrastrar un peñasco y llevarlo a tumbos por encima de las tejas. ¡Con cuánto fervor empezó el capellán a guiar el Trisagio misterioso!

A solas con su amada, Tristán recuperó la tranquilidad que la presencia del marquesito del Lago turbaba y se dejó arrastrar dulcemente a una alegría que muy contadas veces había disfrutado. ¿Quieres que pongamos los caballos al trote? dijo Clara que veía con cierta inquietud acercarse rápidamente el sol a la tierra. ¿Para qué? Tiempo tendremos a galopar un poco cuando el sol se ponga dijo él.

Pero cuando el camino es cómodo, cuando la montaña ofrece buenos resbaladeros, por los cuales se puede hacer bajar con un solo impulso los troncos pelados, cuando al pie de la pendiente el torrente del valle tiene bastante fuerza para arrastrar los árboles en balsas hasta la llanura ó para dar movimiento á poderosas sierras mecánicas, en gran peligro están los bosques de caer á manos de los leñadores.

Pero no quiero excitarme con mis palabras y dejarme arrastrar por el furor; una cólera vana como ésta es más despreciable que una hipócrita sumisión.