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Actualizado: 11 de junio de 2025
Soy tu reina, Loppi, y vas a ver a la maga, o mando que te corten la cabeza. Voy, mi reina, voy. Y se echó al brazo el manto de armiño, y salió corriendo por aquellos jardines, con su sombrero de plumas.
Y no se cuenta que una sola vez tuviera la Sala que dirigirle el más comedido apercibimiento; ni de la pulcritud de su lenguaje en estrados se hizo la magistratura sino lenguas, llegando en este punto a caer D. Diego, valga la verdad, en cierto culteranismo, disculpable, eso sí, porque mediante él procuraba que su elocuencia saliese como el armiño de las cenagosas aguas de la podredumbre privada, adonde le arrastraban, en ocasiones, las necesidades del foro.
Mesía estaba como un armiño metido a marmitón. Obdulia había tropezado quinientas veces con el Marquesito; se rozaban sus brazos, sus rodillas, las manos sobre todo, durante minutos, y fingían no pensar en ello.
El espectáculo que ofrecía la plaza era precioso; los techos enteramente blancos; todas las líneas horizontales de la arquitectura y el herraje de los balcones perfilados con purísimas líneas de nieve; los árboles ostentando cuajarones que parecían de algodón, y el Rey Felipe III con pelliza de armiño y gorro de dormir.
Y dos meses estuvo almorzando pechugas de faisán con vinos olorosos, y paseando por el jardín con su capa de armiño y su sombrero de plumas, hasta que un día vino un chambelán de casaca carmesí con botones de topacio, a decirle que la reina lo quería ver, sentada en su trono de oro. Estoy cansada de ser reina, Loppi. Estoy cansada de que todos estos hombres me mientan y me adulen.
Mas arriba se destacan en lontananza gigantes mas y mas colosales, cuyas cabezas refulgentes se pierden en las vagas ondulaciones de las nubes . En unos trechos los hielos descienden hácia el golfo congelado, en desiguales latitudes, como las puntas desgarradas de un encaje terminando una inmensa colgadura de armiño.
Un instante después, era introducido en un pequeño salón tristemente embaldosado; sobre la pálida tapicería que cubría las paredes, se oprimían una docena de retratos antiguos, blasonados con el armiño ducal; arriba de la chimenea vi relumbrar un magnífico reloj de concha incrustada de cobre, coronado por un grupo que figuraba el carro del sol.
Palabra del Dia
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