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En esta devota señora pensó Castro para que le secundase en su empresa. Era grande el prestigio que tenía en la sociedad aristocrática: mayor aún entre los que estaban agregados a ella por razón del dinero, como Calderón. El palacio de Alcudia era una fábrica sombría levantada a principios del siglo pasado.

Sonrisas discretas, protestas, exclamaciones, criticando o aprobando la teoría eminentemente aristocrática de Martholl, surgieron de todos lados; luego la conversación recuperó su curso tranquilo, en tanto que María Teresa sentía aumentar su malestar moral. ¿Por qué Martholl sentía tales cosas? ¿Cómo osaba decirlas? ¿De qué muslo de Júpiter habría salido su familia? ¿Qué noble genealogía de héroes o hidalgos, protegía aquel nombre de Martholl?

Es posible que este muchacho encontrase muy original el ser demócrata perteneciendo á una familia aristocrática, y que sólo buscando la belleza de tal contraste hubiera venido á dar con sus huesos en el partido liberal más avanzado. Octavio pasó también con D. Marcelino al interior de la tienda y se sentó al lado de Carmen, y le dijo en voz baja algo al oído.

El intento, si se realizaba, costaría un sentido; pero ¿qué tenía que ver ella con ese prosaico y vulgar detalle? ¿No era rica? ¿No daban sus caudales para todo? ¿No era el intento noble y, amén de noble, impuesto por la ley inexorable... «de las cosas»? Pues habría teatro doméstico, y lindo y elegante, como el mejor de su especie; y para lograrlo así y lo más pronto posible, conferenciaba a menudo con el mismo arquitecto que le había trazado y dirigido las obras de su casa, y con su hija para la formación, digámoslo así, de la troupe aristocrática que había de debutar en él, a más tardar en la próxima noche de Año Nuevo.

En 1844 el canton de Valles respondia con una reaccion aristocrática, y luego la guerra civil se hizo general. Los cantones de Friburgo, Lucerna, Schwyz, Urí, Unterwalden, Valles y Zug hicieron esa liga particular para defenderse mutuamente y resistir á la autoridad y las reformas de la Confederacion, y esta tuvo que apelar á la fuerza para disolver el Sonderbund en 1847.

Don Diego la miraba con complacencia cuando estrechaba entre sus brazos a aquel pequeño gnomo bronceado. Y se regocijaba al observar que la mueca hereditaria de los Villanera no daba miedo a su mujer. Todas las noches, a las nueve, los señores y los criados se reunían en el salón para rezar en común. La vieja condesa se mostraba muy apegada a esta costumbre religiosa y aristocrática.

Mientras tanto, disponíase en la antecámara la aristocrática ceremonia, instituida en rigor de verdad por el emperador Carlos V, cuando limitó el privilegio de cubrirse ante el rey, común antes a todos los títulos, a doce Grandes de España, que se llamaron desde entonces Grandes de primera clase, y fueron los duques de Medinasidonia, Alburquerque, Infantado, Alba, Frías, Medina de Rioseco, Escalona, Benavente, Nájera, Arcos, Medinaceli y el marqués de Astorga.

En los últimos días de una primavera cortejó a una viuda aristocrática tan honesta y virtuosa, que no murmuraban de ella ni aun sus íntimas amigas. Al empezar el verano logró rendirla, y comenzado en Madrid el idilio, se dieron cita para continuarlo en un pueblecillo de baños.

Y era lindísima: fisonomía suave y aristocrática; perfil correcto; labios ingenuos, expresivos, como entreabiertos levemente por una exclamación de sorpresa; las mejillas con los tintes de la rosa: la cabeza artística y gentil; el cuello delgado y donairoso.

Gallarda y esbelta, tenía toda la amplitud, robustez y majestad, que son compatibles con la elegancia de formas de una doncella llena de distinción aristocrática.