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Actualizado: 14 de octubre de 2025


Parece imposible conseguirlo sin alas; el camino es malísimo, poco más o menos como el nuestro de Mendoza a Uspallata, en los Andes argentinos; pero, en cambio, el lujo salvaje de la vegetación reposa la vista, y los hilos de agua que descienden entre flores y follaje, alegran el paisaje.

Esa simpatía responde a varias causas. En primer lugar, los recuerdos de la lucha de la Independencia. Todos conocernos aquella rivalidad caballerosa, que tenía por teatro la vieja Lima, entre los oficiales colombianos y los argentinos, entre los vencedores de Boyacá y los vencedores de Chacabuco.

La que Atenas del mundo Americano, etc. Antes que yo la ha llamado así un escritor célebre por su amor á la libertad y ardientes simpatias por las Repúblicas de Sud-América: el Abate de Prad. La tribuna de Agüero y de Dorrego. Al nombrar dos célebres oradores Argentinos no he querido en ningun modo establecer la supremacia suya sobre los demas.

Pero ¿por qué conjeturar lo que produciría, si basta y sobra con lo producido? ¡Y tanto como basta! Los más brillantes periodistas argentinos son hijos de Fígaro, si no en otra cosa, en la audacia para romper viejos lazos, derribar arcaicas supersticiones y rebelarse contra los antiguos e innocuos catecísmos.

Un padrino aprobaba; otro torcía el gesto, poseído de súbita belicosidad. No habían ido hasta allí para oír sermones. Que disparasen pronto las armas, y a escapar, antes de que pudieran sorprenderles. Los dos argentinos se miraban en lo alto del peñasco. ¡Pucha! ¡y qué bien habla el gallego!

Las autoridades de los territorios dependemos del gobierno de Buenos Aires, y al vivir tan lejos nos olvidan, y sólo podemos contar con aquello que improvisamos. La crítica del abandono en que vivían los territorios llevó insensiblemente á los dos argentinos á ensalzar por comparación las grandezas del resto de su país.

Pues bien; todos los jefes son argentinos, gente de a caballo; no hay gloria verdadera, si no se conquista a sablazos; ante todo es preciso campo abierto para las cargas de caballería; he aquí el error de la estrategia argentina. La línea se forma en lugar conveniente.

Diez años aun después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: «¡No!; ¡no ha muerto! ¡Vive aún! ¡El vendrá!» ¡Cierto!

Gloria eterna á los que alzaron La bandera de esperanza, Y elevaron en su lanza Los dogmas de la Igualdad. Nada importa una derrota: No hay que plegar su bandera! El tigre del Plata muera! O ser libres ó morir! Argentinos, á caballo, Y mil veces mas, vencidos, Otras mil veces reunidos, Volvamos á combatir.

La vidalita, canto popular con coros, acompañado de la guitarra y un tamboril, a cuyos redobles se reúne la muchedumbre y va engrosando el cortejo y el estrépito de las voces; este canto me parece heredado de los indígenas, porque lo he oído en una fiesta de indios en Copiapó, en celebración de la Candelaria, y como canto religioso, debe ser antiguo, y los indios chilenos no lo han de haber adoptado de los españoles argentinos.

Palabra del Dia

neguéis

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