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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Ricos nunca lo seremos. ¡Aun si ese dinero fuese para nosotros!... ¿Es que lo regalais?... Se lo llevan los mandones. Con él pagamos la contribución. Aresti caminó un buen rato en silencio, admirando una vez más la sencillez, la humildad de aquella gente, dura para el trabajo, habituada á las privaciones, sin la más leve vegetación de ideas de protesta en su cerebro estéril.

Cerca ya de Gallarta, al quedar solo el doctor, vió venir hacia él un hombre montado en una burra blanca, tan grande y tan fuerte que casi parecía una mulilla. Por la cabalgadura conoció Aresti desde muy lejos á don Facundo, el cura párroco de Gallarta.

Los otros médicos del distrito eran recibidos por los enfermos con triste resignación. ¡Don Luis: sólo el doctor Aresti!

Al recordar este período de su pasado, Aresti sonreía amargamente, burlándose de su optimismo. ¡Cambiar él á su mujer! ¡Transformarla!....

Vaciló como si estuviera ebrio, llevándose las manos á la cara ensangrentada, y al intentar erguirse, un puño enorme volvió á caer sobre él haciéndolo rodar por tierra. Aresti, con los pies inmovilizados por el cuerpo del caído, levantó el bastón al ver que se alzaba contra él de nuevo aquel puño que resonaba sordamente golpeando como una maza.

Aresti le interrumpió: Yo conozco empleados de hoteles que poseen más lenguas y sin embargo, el mundo ingrato no ensalza su sabiduría.

Aresti dió salida á su asombro con un juramento. ¡Quién! ¿Pepe sería capaz de exhibirse en aquella farsa?...

El Maestrico había marchado el día anterior á Bilbao para comprar algunos regalos á la novia y, al regreso, el amante y su padre le habían esperado en el camino. Aresti oyó unos gemidos á su espalda. Entre el gentío, un minero viejo se llevaba las manos á los ojos. Antón... pobre Maestrico. ¡Matar á un hombre así! ¡Tan bueno!... ¡tan trabajador!

Los maridos no necesitaban menos de la presencia de Aresti. Le consultaban en los asuntos de familia, y, apenas terminado su trabajo en las minas, le buscaban por las noches, organizando en su honor cenas pantagruélicas.

Tras esto, quedaron los dos en silencio, como si el recuerdo de la esposa de Sánchez Morueta hubiera hecho pasar entre ellos algo que helaba las palabras y cohibía el pensamiento. Aresti se levantó para subir al despacho de su primo. Por la escalera no dijo el capitán. Sube por ahí: es la escalerilla interior y llegarás más pronto. Hasta luego: yo también soy de la cuchipanda.

Palabra del Dia

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