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Actualizado: 21 de junio de 2025
Cuando el convoy iba a ponerse en marcha, vi aparecer por una puerta lateral, entre un rumor de sollozos, a la hija de Lacante, con un inmenso sombrero de crespón y un denso velo que la aplastaba y le hacía parecer tan pequeña como si tuviese apenas doce años.
Bruscamente desaparecí a sus ojos tras las cañas; corriendo siempre, di un empujón a la piedra exploradora que esperaba una lluvia, y salté de costado, hundiéndome bajo la hojarasca. Tío desembocó en seguida, a tiempo que dejando de verme, sentía allá en el fondo del pozo el abominable zumbido de un cuerpo que se aplastaba.
Fernando creyó morir entre la alfombra y los muelles del diván incrustados en su espalda. El calor era sofocante en este encierro, lejos del ventilador y de la brisa que entraba por el tragaluz. Apenas quedó acoplado en tal in pace, sintió que le dolían todas las articulaciones y que su pecho se aplastaba contra el entarimado como si fuese a romperse.
Vivía saturada del olor del incienso y respiraba el perfume especial de moho y hierro viejo de las catedrales, sin más horizonte que las ojivas de enfrente o el campanario, que aplastaba con su mole un pedazo del cielo que se veía desde el claustro alto. El compañero Luna creyó retroceder de golpe a la niñez.
Así llegaron, apremiados por la necesidad, á adquirir una habilidad como pescadores, que hoy nos maravillaría. No menos hábil que el sollo, se le escapaba raramente la presa que había divisado. Inmóvil sobre la orilla, parecido á un tronco de árbol, esperaba pacientemente que el pez pasara á la distancia de su brazo, y, cogiéndolo con rapidez, le aplastaba la cabeza con una piedra.
Luego se apretó mucho el corsé, como si no le oprimiese aún bastante aquel armazón de altas palas, un verdadero corsé de labradora, que aplastaba con crueldad el naciente pecho, pues en la huerta valenciana es impudor que las solteras no oculten los seductores adornos de la Naturaleza para que nadie pueda pecaminosamente suponer en la virgen la futura maternidad.
Usted me comprende mejor que él y que nadie. Es particular; el día en que no puedo cambiar dos palabras con usted parece que me falta algo, parece que no tienen jugo que beber las raíces de la vida, parece que se seca la savia del ser...». Tiraba Pez hacia lo poético y filosófico, y Rosalía, oyéndole con henchimiento de vanidad y de nariz, aplastaba contra esta la rosa, cuya fragancia les envolvía a entrambos.
Y para mí replicó el médico, no hay mejor argumento en apoyo de mi tesis que esa misma indignación. Era para descargar su propia conciencia del peso que la aplastaba, por lo que arrojaba a tu madre todas las piedras que le caían bajo la mano. Lo que la empujaba era el miedo de su propia culpabilidad. ¿Y esa noble resolución de renunciamiento que había tomado pocos días antes?
Necesitaban matar al sacrílego. Ella se tenía también por una obra de arte viviente y quiso borrar el sacrilegio con la muerte. ¡Los crímenes intentados para despojarse de la vergüenza que latía en sus entrañas! ¡Los tormentos de la ocultación, la vida de placer seguida lo mismo que antes, pero con dolorosos esfuerzos para que no adivinasen su secreto!... Al regresar de las fiestas, librándose de la opresión que aplastaba su creciente exuberancia, eran las cóleras homicidas, los puñetazos locos sobre el globo de su vientre para aniquilar al rebelde que se empeñaba en vivir, el revolcarse sobre la alfombra con un histerismo homicida...
Tenía entre sus uñas a la señora ¿qué más quería ella? Todas las noches pasaba unas cuantas horas, la honra y tal vez la vida del amo, pendiente de un hilo que tenía ella, Petra, en la mano, y si ella quería, si a ella se le antojaba, ¡zas! todo se aplastaba de repente... ardía el mundo.
Palabra del Dia
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