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Actualizado: 16 de junio de 2025
Veremos qué porquerías me traes hoy... Enséñame la cesta... Pero, hija, ¿no te da vergüenza de traerle a tu ama estas piltrafas asquerosas?... ¿Y qué más? coliflor... Ya me tienes apestada con tus coliflores, que me dan flato, y las estoy repitiendo tres días... En fin, ¿a qué estamos en el mundo más que a padecer? Dame pronto estos comistrajos... ¿Y huevos no has traído?
En un tiempo, apestada por las miserias del régimen clerical y estancada en su desarrollo por el régimen del privilegio industrial y comercial, vivió en la degradacion de la mendicidad, ofreciendo el ejemplo inaudito de una ciudad de 40,000 habitantes de los cuales 12,000 eran mendigos; se despedazó con agitaciones y violencias intestinas, por cuestiones de clases sociales y privilegios de corporaciones, y se despobló á causa de su fanatismo católico, en perjuicio directo de los israelitas y protestantes proscritos á millares.
«Pero, hija, tú debes haber echado al fuego una arroba de canela... Está la casa apestada... Si yo estuviera bueno, no se harían estas cosas así. Seguramente habrás hecho natillas para un ejército... No se te ocurre nada.
Cuando los primeros poilus penetraron en territorio alemán, muchos franceses se alarmaron. Alemania decían está apestada de bolchevismo. A ver si nuestros soldados lo cogen y lo extienden luego por aquí... Y es que para la inmensa mayoría de las gentes, el bolchevismo no pasa de ser una enfermedad infecciosa. Los Gobiernos más serios lo tratan como una nueva forma de gripe.
Y habéis de saber que matando don Baltasar a aquel villano difamador de mi honra, no me favoreció por esto, sino que a peor punto llevó mi fama; que todos dijeron, no que yo era una dama honesta, sino que don Baltasar había cegado de amores por mí, propuéstose había casarse conmigo, y pretendido atajar una maledicencia, que cuando él fuese mi esposo había de alcanzarle; y si antes era el difunto Valcárcel el solo que contra mí vomitaba maledicencias, una vez él muerto, avivado el incendio de la calumnia por el móvil de la envidia, dieron en decir de mí tales cosas a propósito de las músicas y de las rondaduras con que don Baltasar me afligía, que ya abandonada en Méjico de todos, que de mí huían como si hubiese estado apestada, me propuse escapar de aquel no merecido infierno en que me encontraba; y vendidos los cuantiosos bienes de mi marido, que montaron a muchos cuentos de escudos, amen del oro y plata labrada que en nuestra casa había, embarqueme para España y llegue a Sevilla, donde en manos de genoveses puse mi dinero a ganancia, y en la casa de la Contratación las barras de oro y plata que de las Indias truje, y al mesón de la Cabeza del Rey don Pedro acogime, en tanto que casa hallaba en donde morar con la decencia que a mi linaje y a la memoria de mi marido correspondía; y no siempre en el mesón de la Cabeza del Rey don Pedro he estado, que largas temporadas he pasado en una granja que de mis padres era; y así se han pasado bien dos años, y hubiérame quedado en la granja con mi viudez y mi desgano del mundo, lejos del ruido de la populosa Sevilla, a no ser porgue, descubierto mi retiro por el eterno enemigo de mi familia y mío, de tales asechanzas me vi rodeada, que de vivir en despoblado tuve miedo; que aunque mis criados eran muchos y valientes, y fieles, capaz hubiera sido don Baltasar de juntar un ejército de salteadores, y combatir la granja y robarme, cosa que en Sevilla no es fácil, donde hay tanta gente de guerra y de justicia, y toda al servicio del rey, para seguridad de sus buenos vasallos.
Palabra del Dia
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