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Actualizado: 21 de junio de 2025
Anduvo algunos días el Armada Fortuna acá y allá yendo y viniendo; Despues, la mar estando sosegada, Navega, en breve tiempo descubriendo La tierra tan de todos deseada. Y sin saber dó están, yendo diciendo, ¿Qué tierra puede ser la que se via? Paró el Armada allí, que anochecía.
Clara con los ojos cerrados y una leve sonrisa divina esparcida por su rostro no se hartaba de oírle. Cuando llegaron a Madrid anochecía. Las calles rebosaban de gente: las luces de los faroles comenzaban a encenderse y despedían una claridad blanca azulada al chocar con la del crepúsculo. La gran ciudad abrasada por el calor del día se preparaba con gozo a refrescarse.
Volvió al chalet, y entró en su dormitorio, donde tenía recado de escribir; escribió una carta, y guardándosela en el pecho bajó las escaleras a brincos, y tomó a buen paso hacia la calle principal. Anochecía; encendíanse los primeros faroles, y se esparcían por el arroyo los pilluelos, niños de coro de la civilización, voceando los periódicos recién llegados de Paris.
Anochecía, y con la obscuridad no podía la dama ver claramente el rostro de la que la visitaba. Salomé trajo un quinqué á la sala, donde las dos se personaron. ¿Qué se le ofrece á usted? preguntó Paz, midiendo con una mirada el cuerpo de doña Rosalía. ¿Quién es el amo de esta casa? Yo soy dijo Paz un poco alarmada con el misterio que parecía envolver aquella inesperada visita.
Aquel negro dogal sobre la carne desnuda del estirado cuello, impedíale a veces los movimientos; pero llevaba con paciencia la molestia en gracia del bien parecer. Cuando anochecía o cuando el tiempo era malo, Rufete era el último que dejaba el patio. Comúnmente los loqueros se veían en el caso de llevarle a la fuerza.
Anochecía, seguía lloviendo, los mozos de servicio encendían dos o tres luces de gas en el salón, y Quintanar conocía por esta seña y por el cansancio, que le arrancaba sudor copioso, que había hablado mucho; sentía entonces remordimientos, se apiadaba de Mesía, le agradecía en el alma su silencio y atención, y le invitaba muchas veces a tomar un vaso de cerveza alemana en su casa.
Ya anochecía cuando escribió una carta a don Benigno Cordero, manifestándole lo que más adelante sabrá el curioso lector. Esta carta la dejó en poder de D. Felicísimo, previa formal promesa de entregarla a Cordero, que vendría pronto de los Cigarrales y se encontraría en su casa de la subida a Santa Cruz. Despidiose del anciano y partió aquella misma noche.
Allí dirigiendo los ojos, y a pesar de lo que ya anochecía, vieron desprenderse desde el boscaje obscuro de la ribera opuesta una como sombra aérea, ligera como el viento, que, deslizándose sobre el pretil del arco destruído, y salvándolo de un vuelo, no que de un salto, se acercaba ligeramente entre los saltos y caricias del gozque.
En estas pláticas y en otras semejantes, llegaron al lugar a la hora que anochecía, pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero.
Después que salieron de la romería, caminaron la vuelta de Lada por distintos parajes de los que el joven conocía, salvando un collado y marchando después a campo traviesa buen trecho. Lada, sin embargo, estaba por allí más cerca de lo que él presumía. Llegaron en el momento mismo que anochecía.
Palabra del Dia
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