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Actualizado: 24 de junio de 2025
Entre tanto un bulto negro se apoyaba en una de las rejas del piso bajo de la casa que habitaba María y que daba a una de las angostas callejuelas tan comunes en aquella ciudad. No era posible distinguir las facciones de aquel individuo, porque una mano oficiosa había apagado de antemano los faroles que alumbraban la calle. Capítulo XXIII
Una noche la Regenta reconoció en aquel subterráneo las catacumbas, según las descripciones románticas de Chateaubriand y Wisseman; pero en vez de vírgenes de blanca túnica, vagaban por las galerías húmedas, angostas y aplastadas, larvas, asquerosas, descarnadas, cubiertas de casullas de oro, capas pluviales y manteos que al tocarlos eran como alas de murciélago.
Asi, las calles son en lo general ó en su mayor número angostas y sombrías, tortuosas, desiguales y llenas de capricho. Pero hay allí un sello particular de elegancia y gusto que no se encuentra en ninguna otra de las grandes ciudades españolas, exceptuando á Sevilla.
En el fondo se ve una vasta extension de terreno desigual surcado por el turbio Guadalquivir, donde alternan las colinas multiformes, las pequeñas planicies, los planos inclinados, las angostas llanuras entrecortadas por barrancos y los risueños vallecitos que forma el rio en sus vueltas y revueltas caprichosas, descendiendo por un cauce profundo y arcilloso, entre grandes y tajadas rocas graníticas en varios trechos.
Y, sin embargo, aquella noche solemne, al contemplar la colcha de flores azules, el doblez humilde y corto de las sábanas limpias, las almohadas angostas y blandas, le pareció que todo aquello le sonreía con su frescura y con su aspecto de íntima familiaridad, mientras él se quitaba las botas y calzaba las babuchas.
Se llevó el emisario una mano al pecho en busca de un pito marinero, lo hizo sonar, e inmediatamente entraron en el comedor dos gendarmes alemanes de ridícula traza, con el casco abollado y pequeño para sus cabezas enormes, levitas angostas, pantalones cortos y un sable herrumbroso batiéndoles el flanco. La gente, al verles aparecer, rio con más espontaneidad que en la entrada de Tritón.
¡Dios sobre todo! murmuró, suspirando al pensar que tendría que habitar un pueblo de calles angostas y encontrarse con gente a cada paso. Siguió andando, guiado por el ladrido lejano de los perros. Ya divisaba próxima la vasta mole de los Pazos. El postigo debía estar abierto.
Por de pronto, nada de multitudes humanas, ni de ruidos incómodos, ni de hacinamientos de casas formando calles sombrías y angostas; nada de ceremoniales mentirosos para cultivar amistades que no se necesitan entre personas que no se pueden ver; ni de espectáculos públicos, en los cuales se exhiben las gentes embanastadas de medio abajo, y en ringleras, como muñecos de escaparate; nada de sonrisas forzadas, ni de saludos maquinales, ni de corsés muy apretados; nada, en fin, de ese cúmulo de esclavitudes y de molestias en que viven las gentes «bien educadas», cuando se dice de ellas que hacen una vida regalona.
Las faldas de los montes aparecían desgarradas: lo que en otros tiempos era suave declive, asustaba ahora con el pavoroso corte del despeñadero. Habíase cambiado el curso de las aguas; las antiguas fuentes admiradas por los ancianos escapábanse ahora con rezumamiento fangoso por las angostas galerías que perforaban las pendientes.
Conciliar la claridad con la profundidad, hermanar la sencillez con la combinacion, conducir por camino llano y amaestrar al propio tiempo en andar por senderos escabrosos, mostrando las angostas y enmarañadas veredas por donde pasaron los primeros inventores, inspirar vivo entusiasmo, despertar en el talento la conciencia de las propias fuerzas, sin dañarle con temeraria presuncion, hé aquí las atribuciones del profesor que considera la enseñanza elemental no como fruto, sino como semilla.
Palabra del Dia
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