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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Por eso, cuando entraste me apresuré á cerrar la puerta diciendo como advertencia tu nombre y como amenaza ¡cuidado! Tragomer no discutió aquel relato un poco largo. Tenía prisa por esclarecer los hechos en su conjunto. Entonces eras tú el que venía con ella en coche después de la representación? Naturalmente.
Mientras los dos amantes, cuya pasión se ha aumentado desde su primera entrevista, se abandonan de nuevo á tiernas caricias, acude una muchedumbre de furiosos, que amenaza derribar la casa. Calixto, que les sale al encuentro, perece en seguida á sus manos.
En la angina gangrenosa, ó mas bien que amenaza ser tal, por la astenia y congestion sanguínea negruzca, el carbon está tan indicado como el ácido clorhídrico; ambos son preferibles á la quina en la afeccion profunda de la garganta, cuando el arsénico no está indicado ó que ha sido ineficaz.
Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa, y en el plato dos pellejos y unos huesos, y dijo el pupilero: -Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo. ¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado -decía yo-, que tal amenaza has hecho a mis tripas!
Y el muchacho, que sabe por experiencia que su padre no amenaza en vano, á pesar de las señas que le hace su madre para que calle, cierra los ojos y dice rápidamente, como si le quemaran la boca las palabras: Mi madre trajo esta mañana un cuartillo de aguardiente, y tiene la botella escondía en el jergón de la cama.
Montiño no pudo comprender el verdadero sentido de la exclamación del padre Aliaga: si era una amenaza para él, ó un deseo íntimo del fraile. ¿Conque decís dijo al fin que yo debo seguir en mi oficio de espía y de corredor para ciertos asuntos del duque de Lerma? Sí. ¿Debo, pues, llevar este collar á doña Ana de Acuña? Indudablemente. ¿Y después debo deciros lo que me haya dicho esa dama? Sí.
Lo que la dejó amilanada fue la amenaza de hablar a su marido y a Pepe, segura de que la menor reconvención de Tirso provocaría una escena agria, quizá un rompimiento y un disgusto gravísimo. ¿Qué podía hacer ella para evitarlo? Nada. Sentía impulsos de contarlo todo al llegar a casa; pero, ¿y luego?
Ya entonces no duda Peribáñez del peligro que amenaza á su honra, ni en ejecutar el proyecto, que ha concebido por esta causa. No es posible esquivar la orden del comendador. Sale, pues, al frente del destacamento, y promete solemnemente, delante del comendador, al ceñirle la espada, que la empleará en defensa de su honor.
¡Entonces, ha cumplido su amenaza, después de todo! ¡La ha cumplido! Hemos sido unos tontos, Reginaldo... ¡verdaderamente tontos! murmuré. Así parece. Confieso que yo esperaba confiadamente que nos diría la Combinados con una constitución de caballo, porque, si no, haría mucho tiempo que se hubiera muerto. Pero hemos sido engañados... completamente engañados por un moribundo.
Pero esos repentinos apagamientos que no parecían más que las declaraciones de una belleza demasiado grande y casi fuera de lo humano, le habían hecho temblar de miedo a él, pues le revelaban la amenaza que pendía sobre la vida de su amada.
Palabra del Dia
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