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Actualizado: 14 de mayo de 2025
La música sublime de Rossini exaltó más y más la fantasía de Ana; una resolución de los nervios irritados brotó en aquel cerebro con fuerza de manía: como una alucinación de la voluntad. Vio, como si allí mismo estuviese, la imagen de su resolución, «sí... ella... ella, Ana a los pies del Magistral, como María a los pies de la Cruz.
No; la escena que vuelve como una pesadilla, los personajes que sufren la alucinación de una dicha muerta, es otra cosa... Usted asistió al preludio de una de esas repeticiones... Sí, ya sé que se acuerda... No nos conocíamos con usted entonces... Y precisamente a usted debía de hablarle de esto!
A las dos las quería mucho; pero, como había cuidado a Inesita desde más niña, y como Inesita seguía soltera, tenía con ella mayor familiaridad y confianza. Por extraña alucinación, más frecuente de lo que se piensa, el ama, como si los años hubieran pasado en balde o no hubieran pasado, no veía en Inesita a la mujer ya formada, sino a la niña pequeñuela que había mimado tanto.
Atrajo de pronto su atención un nombre impreso á la cabeza de un breve artículo. La sorpresa le hizo palidecer, al mismo tiempo que se contraía algo dentro de su pecho. Volvió á deletrear el nombre, temiendo haber sufrido una alucinación. No era posible la duda; estaba bien claro: Freya Talberg. Tomó el diario de las manos de su contertulio, disfrazando su impaciencia con un gesto de curiosidad.
Y una tarde que desde una ventana de su cuarto contemplaba las cumbres del Dôle, detrás de las cuales descendía radiosamente el sol, se estremeció al oír una voz que hablaba detrás de él. ¿Era una alucinación? ¿No soñaba despierto? El Príncipe Alejo Zakunine estaba en su presencia. Roberto Vérod decía la voz ¿no me reconoce usted?
Si el volumen hubiese sido de una moderna edición Michel Levy, de cubierta amarilla, yo, que no me hallaba perdido en la floresta de una balada alemana, y podía ver desde mi cuarto blanquear a la luz del gas el correaje de la patrulla, hubiera cerrado el libro, disipando así la nerviosa alucinación.
Se suponía que había inspirado pasiones frenéticas, tercas, profundas y duraderas, y que ella, o había permanecido insensible, o había cedido por un instante a una efímera simpatía, a una alucinación momentánea que antes de dominar su corazón se había desvanecido como sueño. Si había levantado algún ídolo en el altar de su mente, le había derrocado en seguida.
Aquí, la alucinacion de la fantasía se ejerce sobre todo, hasta sobre el tul de unos manguitos, hasta sobre los pliegues que se dan á una tela cualquiera: ¿cómo no ha de ejercerse sobre las deliberaciones y las costumbres? Lo que aquí se llama moralidad, se llama en otras partes astucia, destreza, comprar y vender entendiendo el oficio.
Adriana es muy farsante, y yo le hablo así a Muñoz por la primera vez, para despertarlo, porque sufre de una alucinación. ¡Ah, si él supiera cómo se desvanecen después todas las apariencias con que la mujer sabe cubrirse, para interesar a los hombres, para desconcertarlos, y para hacer que poco a poco se engañen completamente!
Mantoux se preguntó si no le había engañado su vista y si no era víctima de una alucinación; recuperó la presencia de ánimo, volvió sobre sus pasos y buscó al enemigo; el camino estaba desierto y la aparición se había desvanecido en la noche. Una obscuridad profunda envolvía la casa.
Palabra del Dia
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